Hay días o mejor dicho, hay fines de semana en los que uno se jura y se perjura no salir. Digamos, realizar una suerte de ritual de purificación porque el organismo se te pudre por dentro. Pero todo ese cálculo, toda esa proyección orgánica espiritual se termina yendo a la mierda cuando te llega un mensaje que dice -¿Hacemos alguna?- Y no pasa ni media hora que vos ya estás pidiendo una birra con un amigo y todo ese culto a la pureza quedó bien lejos, bien lejos.
Así sucedió aquella noche de un viernes que me había alcanzado agotado, con las piernas doloridas por el partidito de fútbol cinco del día anterior. Para colmo caía del cielo esa lluvia finita que lastima más que cualquier agua torrencial. Esa lluvia que se te mete por la más mínima abertura textil y te hiela la sangre. Pero a su vez, esa lluvia finita que invita a uno a preguntarse, ¿Qué será de esta noche? Una lluvia que trae sobre todo, misterio, y el texto de un amigo.

Como les contaba, así sucedió. Fuimos cada uno en su auto y nos encontramos en un bar en el centro de Bernal, creo, si no me falla la memoria, que el boliche está ubicado en 9 de julio y Lavalle.

Entré y los pibes ya estaban reunidos. No está de más aclarar qué es una reunión de amigos. Digamos, que la vida lo define como: Dícese de una reunión con individuos queridos, con los cuales existe el deseo de compartir momentos, con los cuales se proyecta una relación amistosa a largo plazo y sobre toda las cosas, un grupo de personas con la cuales te vivís cagando de risa y hablando de cualquier boludés.

Entonces entré y el primero que saltó fue el Toto - Ahí viene el barrio que no tiene anécdotas. Sentate Luquita, sentate acá amigo-

Lucas- No es que en Don Bosco no hay anécdotas, es que es un barrio de casas, hay pocos negocios, es muy tranquilo, casi que no hay gente joven-

Toto- Un bario de mierda, digamos-

En eso salta el Lucho y tira así como abriendo el juego -Che, hablando de Don Bosco, no tienen idea de la que me enteré. Ni idea tienen-

-A ver, viniendo de vos. ¿Alguna mina? ¿Se separó algún chabón porque le metieron los cuernos? ¿Se murió alguno del barrio? dejaste de ser boludo, por ahí, en una de esas sucede el milagro-

-¡Dios te escuche!- dijo el Lucho mirando al cielo como queriendo encontrar el acto milagroso. 

-No, no, cuchenme. ¿Se acuerdan de Lino? el flaco este que jugó un tiempo en el Arse? este que lo perdió la noche. El que andaba atrás de la Agustina-

-Lino, lino, mmmmm- dudó por un instante el grupo que se miraba entre imágenes algo borrosas.

-Seeeeee papá, Lino. Era el más fachero del grupo, era medio boludón igual. A ese lo acercó al grupo el Polaco. ¿Qué pasa con Lino? ¿Se murió?-

-No boludo, porque la gente que entra en una charla siempre tiene que morir? me mandó un mensaje los otros días y me dijo, Lucho, ¿Cómo andas las cosas? para fin de año vuelvo che, así que nos vamos a ver en la Argentina. Y yo pensé, y sí si no es en Argentina donde carajo me querés ver sino tengo ni para el Uber. La cuestión es que vuelve el Flaco-

-Vos sabés que yo era muy chico - dijo el Agus- ¿Qué fue lo que había pasado con ese pibe?


El Toto se acomoda, y se hace cargo de la situación de duda de nuestro querido Agus -Mirá, te la voy  a contar como un informe: Angelino pateaba unos corne….,frase que todavía retumba entre los murmullos de aquellos que alguna vez pudieron observar, como yo, al mejor pateador de saques de esquina de la historia del fútbol argentino. No digo mundial porque la globalización no había alcanzado, en ese momento, los elementos necesarios para comparar a este francotirador con el resto de los mortales que jugaban al fóbal.

Miguel Angelino López. Tomá. Así, un tiro al los ojos, al alma y al corazón de todos ustedes. Apodado Lino, nacido un 19 de noviembre de 1986 en una familia donde el laburo y las ganas de progresar invadían las escenas más importantes para combatir la vida en el barrio de Wilde, ubicado allá en el sur de la provincia de Buenos Aires, más precisamente en Avellaneda. 

Desde pibe, la esquina fue su mejor amiga. La torre 4 de Pirán al 300 fue testigo de los pases más precisos que vio alguna vez el barrio en el cual aún patrulla el 98 ramal 116 con sus ojos amarillos, llenos de soberbia, altanería, impuntualidad y de vez en cuando, algún rasgo de bondad. En cuanto al deporte, Angelino, Lino para nosotros, se enterraba en el barro wildense de tanto practicar córners con su abuelo Jacinto. En sus primeros años, el obstáculo a superar era el Fiat 600 estacionado entre el garaje al descubierto y la puerta del hall de entradas del precario edificio. 

Hoy en día, en el chino de ese barrio, aún se comenta lo malo que era Lino para jugar al fútbol.  Un short desgastado y la camiseta que alguna vez utilizó Hugo Lamadrid, eran sus pilchas favoritas. Angelino era hincha de Racing, su tío  le donó semejante reliquia.

Pero más allá de sus flojas actuaciones durante los noventa minutos, el pibe López pudo crecer y brillar como nunca nadie lo había hecho en el barrio. Yo pude ser fiel a su crecimiento deportivo, con una habilidad poco deslumbrante pero con truco que nunca nadie imitó y ni siquiera se supo parecer. Lino lo tuvo desde pibe, desde que shoteaba con Jacinto por arriba del fitito. Usaba la siete, no tocaba una durante todo el partido, sin embargo, ni bien ganábamos un córner, Angelino , acomodaba la pelota de pesaba más que los impuestos y proseguía a dejar sin gesto alguno a los espectadores.

Ahí estaba Lino. El loco se ponía de espaldas a la pelota, caminaba medio metro, y antes del impacto se daba vuelta y de derecha acariciaba al balón como cualquiera de nosotros besuquea la almohada antes de dormir, y el esférico entraba bien al ángulo, desechando así, cualquier intento de cualquier jugador rival para impedir que no sea gol del Lino. Luego del gol, en la esquina del tiro, estaba la Agustina, una chica del grupo, era amiga del Negro la Agustina. Después el Negro le quiso entrar y se pudrió todo. La piba Lo miraba estática, intentando explicarle de manera visual lo que con palabras no podía decir.

Siempre nos íbamos del club y lo llevábamos en andas al taller de la esquina del pasaje Sarachaga y Condarco, donde nada queda de aquella posilga, al contrario, una carnicería sucia y despreciable habita en donde alguna vez hubo sueños de juventud. En ese córner, Lino también la descocía toda. Allí no pateaba como José Serrizuela en el Independiente campeón del 2002 de la mano del Tolo Gallego, sino que entre anécdotas, hacía brotar risas y restos de cervezas vacías por las cuales pasábamos nuestras tardes. 

Pero Lino siempre tuvo algo pendiente. Su esquina era la vida. Por ser el único jugador en convertir 50 goles olímpicos, tuvo la chance de jugar en Arsenal de Sarandí. Después al Flaco Lino se le nublaron los patitos y arrancó a patinar. Siempre me acuerdo que compartía sus historias en nuestro grupo mientras nos apoyábamos en la pared delantera del taller mecánico que era custodiado por Salomón, un ovejero alemán medio descaderado pero aún con cara de patovica. 

Un año antes que estallara la crisis del 2001, el Lino y la Agustina ya salían, digamos que en algo andaban. Revolcada va revolcada viene, se hizo una relación. Según me decía el Negro, que la conocía bien a la Agustina, ella estaba enganchada del Lino. Lo que pasa es que la flaca tenía carácter viste, no le gustaba algo y te mandaba a cagar. Y el Lino, nada, estaba medio en la joda. Hasta que una noche, lo enganchó con una flaca, una hincha del arse, imaginate.

La cuestión es que se armó troya. Imaginate que la Agustina lo cortó menos diez. Pero bueno,  Lino era pendejo y uno de pendejo se manda cada cagada hermano. La cuestión es que estuvieron seis meses sin hablarse. Y acá viene el gran nudo de la historia. La complejidad que enmarca dicho entrevero, melodrama, historia de amor, digamos-

-Habla bien pelotudo, dale-

-Bueno, al cuestión es que cuando el Lino fue con un spech armado para reconquistar a la Agustina, la piba lo paró y le dijo que se iba a España con toda la familia-

-¿A España?-

-Sí boludos. Acuérdense que en el 2001 con el quilombo que armaron estos hijos de puta que nos gobernaban, la gente se iba a la mierda de acá-

-Sí es verdad, me acuerdo que mi abuelo guardaba una bombas molotov por si le entraban a la casa. Ese año salió campeón Racing-

-Ese año-

-Entonces, el Lino quedó pálido. No la vio más. Imaginate, estaba destruido. Terminó laburando en un kiosko, nosotros lo ayudábamos bastante. La cuestión es que seguía jugando al fútbol pero los torneos con nosotros-

-Y entre nosotros, la realidad, es que Lino ya no era el mismo. Cuando te andás peleando con el amor, se nota. Porque andás desnudo de alma y la desnudez de alma no se disumula, hermano.

-Y el Lino estuvo hecho un pelotudo como 3 años. Pero llega el año 2004, para ese entonces, había engordado, tenía barba, un desastre. Y estábamos un viernes a la noche haciendo una rifa para la hermana del Agus que se iba a Bariloche. Y de repente tocan el timbre.

-¿Quien era?- dijo el grupo.

-La verdad que ustedes son todos Sherlock Holmes.

-Era la Agustina, la agustina, había vuelto. Bronceada, tenía veinte veces más guita que nosotros. Había venido con una amiga Gallega. Andábamos todos re contentos, menos el Lino. Hacé de cuenta que le habían metido un supositorio en el culo. Pero después se dio cuenta de que era una segunda oportunidad para él. Él en realidad, nunca había perdido la fe-

-Ese domingo, era la final del torneo. La ultima fecha en realidad. Nosotros después de tres años podíamos ganar la liga de Flores, habíamos llegado dos puntos abajo. La cuestión es que habíamos llegado de pedo. Lino no hacía un gol de córner hacía tres años, ya casi ni los pateaba. Jugaba porque nosotros teníamos miedo que se raje un tiro, viste-

-La cuestión es que la Agustina y la Gallega fueron al partido-

-Grave error-

-Sí, grave error porque nadie fue en todo el torneo y llevar gente en una final, si nos ve Bilardo con mete preso. La cuestión es que nos cagaron a pelotazos todo el partido. Yo no daba más, el Agus salió por un tirón. El Negro estaba apunto del bobazo, al Toto lo habían echado, no teníamos más cambios. Un desastre. No paraban de llover centros como garcadas de palomas en el capó de un auto.

Y en una de esas, no va que el Negro inventa un penal. Se tira, esté hijo de la madre, le tiró el bidón al árbitro. Se tiró a la pileta y el colegiado pitó. Nosotros no teníamos ni fuerza para festejar que teníamos un penal para ganar el torneo. Era patear el penal y se terminaba. 3 años habíamos tardado para llegar.

Yo agarro la pelota, la acomodo, tomo distancia. Y siento un aliento en la nuca. Un susurro, la voz del maldito diablo que me decía - dejámelo patear, dejámelo patear Luchito- Me doy vuelta, y era el Lino. Lo miro como diciendo, nunca pateaste un penal, lo tuyo son los córners y ni eso ahora. Lo miro a los ojos, pero el no me mira. Su mirada, fija, reflejaba en las retinas el sutil rostro de la Agustina. Entonces miré a mis compañeros, me encogí de hombros y me corrí de la carrera-

-El árbitro pitó. Lino corrió, o algo parecido hacia el esférico que aguardaba manso la ejecución. El Flaco Lino eligió un costado y el muy pelotudo la tiró afuera.-

-No te puedo creer, pero como le vas a dejar ese penal-

-Y no termina ahí. Festejan los rivales. Empatamos 0 a 0, ellos salieron campeones. Nosotros nos fuimos directamente al vestuario. Lino había quedado tirado en el punto penal. Lamentando, no el penal, sino haber quedado en ridículo otra vez con la flaca. 

En eso, la Agustina se acerca, lo levanta, le seca las lágrimas y con la sensación de un final hermoso le dice, le dice

-¿Qué le dice?-

-Le dice- ¿Vos sos boludo? pegale fuerte al medio papá, es un penal definitorio hermano, los arqueros nunca se quedan parados?-




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Lucas Campos