Casi todo el pueblo futbolero podrá recordar aquella tarde del verano del 95 en la que Elvio “Transpire” Pizzarulli saltó al rincón de la fama como uno de los mejores centro delanteros que uno pueda recordar en el ascenso, en aquel partido que enfrentó a San Telmo contra el Docke en Isla Maciel. Esa tarde, queridos amigos, les puedo asegurar que dejó en el césped, una marca imborrable aún con el paso de las décadas que sucedieron a un deporte más moderno y prostituido.

Elvio Alejandro “Transpire” Pizzarulli, centro delantero formado en las inferiores del club Boca Juniors, que lo dejó libre por tener una racha adversa de 0 goles en 3 meses, en la que el joven jugador alternaba entre el colegio y los dramas familiares, sumado a los sanguches de bondiola que se clavaba a la salida de los entrenamientos, cerca del Parque Lezama.

Llegó a Dock Sud en 1994 con un prontuario irreprochable. Cero goles. Sin embargo, esa no era la habilidad que lo destacaba, sino que el Tanque “Transpire” Pizzarulli tenía un arma futbolera aún más poderosa que ningún sutil estudiante de cualquier cuerpo técnico podría imaginarse en algún recóndito lugar de su cabeza. En 1995 el Docke venía puntero invicto, con el arco en cero y con un promedio de 3 goles por match. Era innegable. La fantasiosa y bizarra habilidad de su jugador número 9 facilitaba todo.

Para confesar, describir, contar y pensar, otra vez, aquella destreza de Pizzarulli, debemos retomar el año 1985. Una argentina comandada por Don Raúl Alfonsín, un año antes de que el Diego domine el mundo. En aquel invierno antecesor, jugaban Chicago ante All Boys en la República de Mataderos. Clásico picante, un saldo de 3 muertos y otro hincha mordido por un perro fueron la antesala de aquel clásico de domingo, de puro ascenso. En  la lista del equipo titular de Floresta, se podía leer un nombre que resaltaba ante los demás. Jacinto Pizzarulli, decía la hoja blanca pegada en la cabina del relator de radio que lo anunciaba como uno de los players a tener en cuenta durante el partido. Era el padre del joven Elvio.

Lo que pasó realmente es que durante los 90 minutos, Don Jacinto Pizzarulli no tocó una pelota. Pero no era casualidad. El cigarrillo había hecho estragos en los pulmones del gran centroforward. A falta de 5 minutos para la finalización del clásico, un grito de la hinchada del Albo llegó a los oídos de nuestro recordado goleador -Transpirá la camiseta hijo de puta o no salís vivo de acá-

Fue entonces, que Don Jacinto Pizzarulli agarró la bocha, la escondió debajo del botín Puma negro atado a los tobillos, amagó a salir para la derecha pero fue para su izquierda, había pasado recién la mitad de la cancha. En tres cuartos, el volante central se le tira a las rodillas para matarlo, pero Don Pizzarulli agacha son enorme nuez de adán, respira por la alargada fosa nasal que Dios le había otorgado, y salta como una gacela sobre el pesado aire de Mataderos. Lo salta y se va solo. Se va, los centrales no lo alcanzarán jamás. Ya hizo 50 metros con la pelota en los pies. Enfrenta al gran “Pez” Domínguez. Tiró Pizzarulli……………..

Avalancha de la hinchada de Floresta que celebra de manera eufórica el empate de All Boys en el último minuto de juego. Sin embargo, ninguno de los jugadores vestidos de blanco festeja. Hay alguien en el suelo que no se mueve. No se alcanza a divisar entre la montaña de compañeros que desesperadamente piden una ambulancia.

Entra la ambulancia al campo de juego y se lleva a un hombre que no se mueve. Minutos más tarde nos enteramos que quien había fallecido por el gran esfuerzo físico y por un infarto, producto de la nicotina en sus pulmones, había sido Don Jacinto Pizzarulli. En la tribuna, su hijo de diez años fue testigo de cómo su padre había dejado la vida en el campo de juego, luego del -Transpirá la camiseta, hijo de puta-



Habían pasado 10 años de aquel fatídico episodio. Ahora jugaban San Telmo contra Dock Sud. El centro delantero era “Transpire” Pizzarulli. Y vaya partido de tamaño atacante. Una vez más, transpiró la camiseta asquerosamente, produciendo la caída de los defensores que iban tras él y que por defecto, pisaban esa brea transparente que dejaba Pizzarulli sobre el césped que era quemado por el químico que irradiaba de sus poros que no daban abasto en expulsar tanta cantidad de líquido.

Sin embargo, el joven Pizzarulli no pudo atarle los cordones a su padre. En la última jugada del partido, cuando el Docke iba ganando 1 a 0, el delantero encaró y se fue mano a mano. La hinchada, jubilosa, gritaba -Transpire, transpire, transpire Pizzarulli- y el tipo encaró mano a mano al gran Puentedura que aguardaba tieso del miedo, el destino final. Salió Puentedura para achicar el arco pero Pizzarulli recortó en una baldosa, patinó sobre su propia arena movediza de transpiración y cayó como una bolsa de papas.

Lo sacaron en ambulancia. Días más tarde dieron la noticia que Pizzarulli hijo había fallecido producto de una fractura de cráneo y que se había resbalado con su propia traspiración. Aún se observa la frase en su tumba que florea -el hombre que más transpiró la camiseta. Cuando llueve, no llueve, es Pizzarulli chivando en el cielo-
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