Son las tres de la mañana. La ventana está abierta sosteniendo un mosquitero medio inventado. El pastor de la tele está de guardia y me levantó para ofrecerme un aceite sanador y milagroso. De paso, mi Zippo prende el primer cigarrillo del día que me hace reflexionar sobre la “Zamba De Maturana” interpretada por Mercedes Sosa, que suena en mi cuarto, mientras yo pienso en lo que pasó ayer y si verdaderamente el líquido que vende el muchacho de la iglesia, me podrá salvar de semejante pecado.


El Cuchi Leguizamón toca el piano en De Usuahia a la Quiaca y me parece que pide mi confesión. Viejo, viejito, necesito confesarte algo. Es tremendo. Olvidé todo lo que me enseñaste. Rompí la radio, insulté al tango, me puse una camiseta blanca y celeste a tiras, me dije radical y no hice el asado. Viejo querido, en realidad te digo, que esta fue la traición por sobre la traición. Y más allá de que la causa fue justa, al final de camino termina siendo traición igual.


¿Sabés lo que pasa viejo? Que no me quedó otra. Fue cuestión de vida o muerte, y no exagero. Yo sé que vos me enseñaste que los amigos y la familia están por encima de cualquier cosa de la vida. Pero tu error, y sí, digo que es tuyo porque te equivocaste tremendamente. Tu error fue poner el fútbol al mismo nivel de importancia. Vos mismo me contabas cuando en el 2 a 2 contra Talleres en el 77 abandonaste a tu mujer embarazada en plena noche y te fuiste a festejar que habíamos sido campeones nacionales en la hazaña más grande de la historia.


Yacerá acá, mi viejo querido, la confesión que cambiará mi vida para siempre. Hace seis meses que venimos manejando una batalla interminable. Vos no tenés idea abuelo lo que cuesta juntar cinco pibes para jugar un campeonato. Y que te cumplan eh, porque algunos dicen que sí y en la primera que pueden te clavan y vos embargás tu casa por pagar la fecha del torneo. Es una situación crítica, te quiero aclarar. Ya es muy difícil juntar cinco amigos, eso quiere decir que estamos en los tiempos finales que la Biblia alguna vez mencionó. Formé abuelo querido, un equipo durísimo. Jorge el Loco en el arco, el Titi y Gonza abajo, Lucho de alero y yo de pivote. Entre patadas y fallos arbitrales dudosos, llegamos a la final viejo. Después de seis meses de lucha, de no salir a tomar unas birras los sábados, de convencer a las novias de los pibes para que los dejen venir, llegamos a la oportunidad de nuestra vida. Sí, nosotros, que en la secundaria éramos todos gorditos granulientos que privilegiábamos más el sanguche que la pelota,  jugamos la finalísima.


Ayer se jugó, a las tres de la tarde en Avellaneda. El equipo estaba confirmado, el público y los premios también. Lo mismo con el post festejo si éramos campeones. A falta de una hora para el comienzo del match, sucedió lo inesperado. Es increíble. Es una paloma cagando el auto que acaba de lavarse. Es tu jefe que no te larga del laburo o el rebote de una mina en el boliche. Así fue nomás. Llamó el Negro y dijo que iba a presenciar el encuentro, por lo cual quería saber el horario. El Negro, usted sabrá viejito querido, la última vez que vio un partido de fútbol, fue en la play. La última vez que vio una pelota fue en un after de Palermo en un pool party. Nunca le interesó el deporte. Sólo las mujeres y el vino, la sangre de Cristo para él. Así todo, se dio el tupé de querer venir, más allá de que nunca fue testigo de nuestras batallas deportivas, pero él, quería vernos campeones y nosotros, lo queríamos bien lejos.


Entonces decidí tomar la posta. Yo, el capitán del equipo. El que le pega el rival cuando hay que pegar. El que abraza una pelota en el lateral para recuperar aire o se queda post partido fumando un pucho con el árbitro para tenerlo de amigo. El que tiene todo dentro de la cabeza. Yo, el pivote de este fantástico team, decidí mentirle. Ojo, que no a un don quien. Quiero que escuchen todos bien atentos y que me lean. Yo le mentí a mi mejor amigo.



Ya está. Lo dije. Lo confesé y que se vaya todo a la mismísima mierda. Me chupa un huevo lo que digan de mí. Me dirán traidor, padre del mal, hermano de la mentira, pelado forro, recicla amigos. ¿Pero saben qué? Yo a todos ustedes, sí, a todos ustedes que nunca en su puta vida ganaron nada, que están leyendo y tratan de acordarse cuando carajo levantaron una copa, a todos ustedes que nos miran de enfrente mientras reciben la medalla de segundos, les digo que no saben lo lindo que fue todo. No tienen idea lo hermoso que fue ver al Titi festejando con la zopan al aire y al Lucho en bóxer compartiendo transpiración con la hermana de Gonza. No tienen idea. Yo lo hice por ellos, hice el mal por el bien y el Barba me recompensó porque el Negro se dio cuenta de semejante farsa y vino a festejar con nosotros. Y no importa que después nos hayan choreado el trofeo en Sarmiento y Mitre, ese es el efecto colateral de la mufa del Grone. Pero nada nos va a quitar el título de campeones. Yo, el único jugador de fútbol que recibí dos títulos en un mismo día. campeón de futbol amateur y campeón de la traición. Que lejos que llega uno por el fútbol, la puta madre.