Javito fue para atrás






¿Por qué uno nunca pone en duda las historias que nos contaron nuestros viejos, abuelos, tíos o demás familiares? Esos goles que tiraron abajo imperios y paredes que hasta fueron los cimientos del justicialismo. No se las pone en cuestión de que hayan sido magnificadas, dado a que el relato estaba sujeto a la interpretación del observador de turno. Sin embargo, nosotros, las aceptamos así, porque así fueron.

De la misma manera, les pido que me crean lo que les voy a contar, sino, de nada vale seguir dándole impulso a las teclas. Podría poner algunos testigos pero los evidenciaría en noches en las cuales mintieron para poder asistir a jugar un fútbol con nosotros. En realidad, con Javito.

¿Javito? Javier Hernán Maracaibo, tremendo lateral izquierdo nacido en el barrio de Sarandí, lugar donde las carnicerías cierran a las 12 de la noche y los clubes de barrio siguen de largo con hombres que hacen de relevo, porque allí, las cosas se cuidan solas. Volviendo al tremendo jugador, el loco lucía un pelaje que se abanicaba por ambos hombros, marrón café y sujetado por una vincha negra, la cual se solidarizaba con la vista de nuestro amigo. El metro setenta se complementaba con la gran habilidad para amagar de derecha y sacar a pasear la zurda, pegando con adhesivo el cuero en su botín, y llevándolo a dónde él quería, aunque cuando no lo deseaba, su pegada era capaz de ser comparada con la fuerza en la cual, alguna vez, Nelson Vivas se arrancó la camisa en un Estudiantes vs Boca,

Sin embargo, ninguna de las características mencionadas con antelación describen bien a Javito. Sólo hace falta decir una cosa para que los pibes digan -¡Ese era nuestro Javi!- Lo que pasa es que, si llegado al cuarto párrafo ustedes piensan que los estoy bolaceando, no servirá de nada. Lean bien, porque a partir de ahora, el fútbol se vuelve a inventar. No lo hizo nadie, ni siquiera el Trinche Carlovich. Pero Javito sí. Él, era capaz de jugar los 90 minutos para atrás. Y no, no era un cagón ni un traidor. Eso se descarta, porque en Sarandí, el cagón y el traidor corren con la misma suerte.

Sí, Javito jugaba para atrás. Recibía de espaldas, jugando de tres, e iba trotando y tocando marcha atrás, deshaciéndose de la redonda de manera casi despreciable, limpiando la jugada de manera impecable, mareando a los marcadores rivales a tal punto de que la historia terminaba en una asistencia de gol suya. Regalando goles sin siquiera mirar a los ojos a los rivales. Sólo veía nucas y números que se iban alejando mientras la pelota sobrepasaba marcajes ineptos. De espalda perdías seguro y por delante eras capaz de comerte el peor caño de tu vida y hasta que tu novia te dejara por semejante papelón.

Era callado Javito. La vida lo había abatido en un round cuando una dura lesión lo dejó sin llegar a la primera de Arsenal. Allí, la noche le dobló un poco la cara y los malos hábitos, o buenos, depende de quien los analice, le endurecieron la mandíbula. Las palabras se balbuceaban cuando se metían en su cabeza. Era capaz de decirle Polaco al Negro y Caballo al chiquito. Pero, ¿Qué importaba? Si su manejo con la pelota parecía el pensamiento más iluminado de un premio nobel. El sólo vivía la vida marcha atrás porque la vida misma le enseñó a cuidar su espalda, que muchas veces le apuñalaron.

El día de la final, Javito se subió al auto en la parte de atrás. Estaba callado, no soltaba ningún comentario. Al Negro no le dijo Polaco y al Chiquito no le dijo Caballo. Raro en él. Era una boludes pensar que Javito estaba nervioso. Nosotros éramos los que la palabra final no estaba en nuestra vida futbolera. Javito no podía estar nervioso.

Esa final se jugó en Avellaneda, sobre Palaa y Belgrano, detrás del Fiorito. Ninguno se pudo desatar los pies. Los arcos se aburrieron de contar los minutos y el juez lo mandó a penales ni bien se cumplieron los 45 del segundo tiempo.

Los tiros desde los doce pasos fueron historia. Nosotros ganamos porque teníamos un gran arquero que, fuera de las canchas, laburaba de limpia vidrios de edificios y se la jugaba constantemente. Voló para la derecha y nos dio el campeonato.

Cuando nos fuimos, Toto, me mostró la foto del equipo corriendo a saludar al arquero. Detrás de todos, sentado, de espaldas, Javito, esperando que el penal no haya entrado, Mirando la otra cara de la victoria, cuidando el otro frente, solo importándole que sus amigos tengan la espalda bien defendida, porque alguna vez, su propia espalda no fue cuidada por nadie, y él, no iba a permitir que eso le pasara a la gente que Javito quería. Todos fuimos campeones, el día que Javito fue para atrás.


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