El hombre Sandro

 



Hay personas que son fantásticas. Ojo, no hablo de las personas que han realizado algún descubrimiento científico, espiritual, personas que están por encima de la media en matemáticas, jugando al fútbol o que son extraordinarios haciendo música. No, no hablo de ese tipo de don. Hablo de un don más relegado por la sociedad.

Por lo general, la sociedad los señala, los excluye, los califica como "Raros", como "Enfermos", como "Loquitos". Yo creo que, en gran parte, aquellas personas que acusan de esa manera ven que ese "Loco" se anima a decir y a hacer las cosas que ellos no pueden, o no tienen la valentía para hacerlo. El bullying no es ni más ni menos que discriminar a una persona con el solo objetivo de encubrir la cobardía que existe en nosotros y la necesidad de pertenecer.

Estas personas fantásticas generalmente viven libres del mundo y no les interesa casi nada, que sea tangible, por eso, el mundo, los quiere hacer sufrir. Ellos saben que no son de acá, pero tienen que caminar acá. El hombre Sandro era así. Yo nunca supe que había un pibe al que le decían el hombre Sandro. Tampoco veía la necesidad de encasillarlo en ese apodo. Pero a veces, los argentinos no sabemos cómo seguir demostrando cariño y ponemos apodos. Negro, Flaco, Pipa, Rulo, Gordo, Petizo, Laucha, el hombre Sandro. Estos apodos, no se confundan, nada tienen de malicia. En cambio, son una manera vulgar de identificar a un amigo, de darle un rol, de acercarlo y quien lleva ese apodo, aunque muchas veces no le guste, lo recoge y lo anota en su DNI. Soy soy el Laucha del grupo, yo soy el Gordo, yo soy el Pela, yo soy el Pipa, yo soy el hombre Sandro. Aunque de todos modos, la línea de la discriminación es ínfima. Aunque también creo que un grupo de amigos no es un grupo de amigos sin los apodos. Nadie llama a los amigos por el nombre. Llamar a un amigo por el nombre es casi como hablarle a un desconocido. 

Al hombre Sandro lo conocí una vez que nos faltaba uno para un picado de 5 vs 5. Generalmente las mejores amistades se dan así. Cuando ingresa un desconocido a un partido en el cual falta uno y la primera pelota te la devuelve redonda. Los Mellis, que lo acercaron a aquel encuentro, ya me habían avisado que lo querían incluir al grupo, porque estaba medio solo, se había quedado sin la madre que ya era muy grande de edad, y el pibe estaba medio mal, pero que era buen pibe.

Obviamente que les dije que sí. No porque deseaba conocer a este personaje que lo llamaban el hombre Sandro, sino porque siempre es bueno conocer gente, no por la gente en sí, sino por las historias que tienen para contar. A veces le restamos importancia a los ojos de las personas, pero las miradas gritan, gritan las ganas de contar sus historias y de tener a alguien que los escuche aunque sea, para hablar sobre un párrafo de sus vidas. 

El pibe era como cualquier otro. Estaba bastante flaco, tenía un corte de pelo recto que caía sobre la frente, las manos grandes, y la ropa de fútbol justada, de algodón. Llevaba unos botines negros, unos soquetes y un botinero, dentro del cual llevaba siempre, un atado de cigarrillos y siempre pitaba uno antes de jugar. Las dos primeras semanas que jugamos con él, no le noté nada raro acorde al apodo que le habían adjudicado, solamente fumaba, pero no tanto como Sandro. "Ya vas a ver, esperá que entre en confianza", me decían los Mellis.

Una noche de viernes no podía dormir. Me la pasé todo el día pensando por qué carajo le decían así. Me molesta mucho cuando no me cuentan las cosas y me las hacen descubrir, porque te están invitando a que seas partícipe, a que te conviertas en un detective privado para tratar de averiguar cualquier boludés. Entonces tomé la decisión de invitar al hombre Sandro a un bar, a tomar algo. Solamente quería saber qué carajo pasaba por la mente de este noble pibe. Jamás le tuve miedo, hay gente que no está calificada como "Loco" y le hace mucho peor a la gente que encima gobierna, y nadie los pena ni tampoco les aconseja un psiquiátrico. 

Le mandé un texto y la respuesta fue inmediata. "Pasate en 15 que estoy". Listo, era una aventura perfecta. Cuando llegué a la casa, el hombre Sandro me estaba esperando en la puerta. Estaba peinadito, perfumado, bien vestido, como esos abuelos a los que se les asigna la tarea de acompañar a sus nietos al colegio, con la ilusión vibrante en las pupilas.

Hasta las tres de la mañana no pasó absolutamente nada. Pero nada de nada. Era una noche decepcionante porque este hombre Sandro, no me daba ningún motivo para llamarlo así. A ver, en un grupo, Laucha es Lautaro o es una rata, Pipa es narigón, Gordo es gordo, Flaco es un desnutrido, Cabeza tiene tremendo zapallo y pelado es una desgracia a la que todos le tememos. Pero este no daba ningún motivo de su apodo. 

Pero señores, las tres de la mañana es una hora especial. No importa si estás acostado, bailando, sentado, durmiendo, viajando, cagando, lo que sea, tenés que tener cuidado porque algo puede llegar a pasar. Y pasó nomás. Él sacó un cigarrillo. Y sucedió. El hombre Sandro se empezó a quebrar. Las muñecas se le comenzaron a mover al ritmo de la música, la pelvis se sacudía de atrás hacia adelante, de atrás hacia adelante, y así. La cabeza se deslizaba de derecha a izquierda, y los ojos increíblemente, seducían. Hizo un golpe de pecho abierto, la camisa se le desprendió y comenzó a gritar: "Dame fuego, dame dame fuego, dame fuego, dame dame fuego". Toda la gente del bar giró la cabeza. Se rieron masivamente de lo que acababa de suceder. Pero yo no, yo estaba totalmente sorprendido. No me cabía en la boca la sonrisa. Me levanté, totalmente emocionado, le di el fuego, lo aplaudí y le contesté: "Este es el hombre Sandro del que me habían hablado, viejo y peludo nomá".

Desde ese momento supe que la relación con el hombre Sandro había cambiado para siempre. La barrera de lo desconocido se había roto y comenzaríamos a experimentar situaciones extraordinarias, de la mano de esta persona fantástica que alegraba todas las charlas del grupo. En el partido de fútbol que le siguió, porque el hombre Sandro siguió viniendo aunque no nos faltara uno, el tipo hasta me consoló. Independiente había perdido con Racing con dos hombres de más, y el tipo, que también era hincha del Rojo, se acercó, me tocó el hombro y me susurró: "Por ese palpitar, que tiene tu mirar, yo puedo presentir que tu debes sufrir, igual que sufro yo por esta situación, que nubla la razón sin permitir pensar". Era un genio.

Era increíble, pero para todas las cosas que nos pasaban, el hombre Sandro tenía una frase, una respuesta, un canto. Una vez en un vestuario, el entrenador casi lo caga a trompadas, tuvimos que intervenir dos o tres porque lo mataba. Chiche, nos dirigía en el equipo que habíamos armado para jugar la Liga de Flores. Chiche chupaba mucho, y cuando estaba medio escabeche se le notaba, los labios se le ponían casi rojos. Además, Chiche era una suerte de organizador, porque no sabía mucho de fútbol. Y en una charla técnica, en la cual nadie le entendía un carajo lo que decía, el hombre Sandro le respondió: "Tus labios de rubí, de rojo carmesí, parecen murmurar, mil cosas sin hablar, y yo que estoy aquí, sentado frente a ti, me siento desangrar, sin poder conversar". 

Era un fenómeno. Justo una semana antes de que algún vecino envidioso lo denunciara por ruidos extraños, y el Estado se haga mal cargo de él, con el hombre Sandro hablamos sobre los sueños. Él me dijo que no querían que lo lloren cuando se fuese a la eternidad, quería que lo recuerden como a la misma felicidad.

Me dio asco y bronca cuando me enteré de que lo habían internado. Todos sabíamos que el hombre Sandro había quedado mal después del fallecimiento de su madre, la cual siempre escuchaba las canciones del Gitano. Pero díganme ustedes, ¿Alguien puede superar la partida de un familiar? es demasiado pesado. Es una mochila que la cargamos hasta el día en el cual nos toque nosotros, partir. Uno vive por los sueños que vendrán, pero también, por y con el recuerdo de los que se fueron.

Los Mellis se enteraron antes que yo de la internación. No me asombré, pero las tomé como una lección de vida, las últimas palabras de este fantástico ser: "Chicos, no se preocupen por los problemas de hoy. Más allá del fútbol, de los amores, de los amigos, de los hijos y de los padres. No se preocupen ni se pongan tristes, porque más allá de la muerte, al final, la vida sigue igual". 




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