Cuando el Checho tocó el timbre de mi departamento, justo antes de que Independiente salga al campo de juego, me di cuenta de dos cosas: La primera, que no iba a poder ver el encuentro tranquilo porque el Checho habla más de lo que respira, y la segunda, fue que, iba a ser sometido a una cataratas de preguntas amateurs, debido a que, la importancia que tiene, para Checho, el fútbol, es la misma importancia que yo le doy a tratar de dejar la gaseosa. Sé que hace mal, se que la tengo que dejar, pero claramente, no me importa.
Cuando Checho se sentó en el sillón Chester, de color Beige, Independiente salía al campo de juego y le levantaba las manos a la luna tucumana que alumbraba un escenario siempre complicado, hostil, caluroso, en el cual, el Rojo iba a tener que arremangarse para salir victorioso.
Cuando el partido comenzó, las primeras preguntar del Checho, aparecieron como apareció Estigarribia para marcar el 1 a 0 parcial de los tucumanos.
-Amigo, ¿Cómo puede ser que un partido te importa tanto con tantas cosas importantes que también te pasan y no le metés tanta pasión?- fue el primer cuestionamiento de mi amigo.
En realidad, yo no tenía ganas de contestarle a Checho, más bien quería meterle una patada en el medio del culo pero, la bondad e inocencia deportiva que emana el pibe, me hizo sentir compasión. Entonces, le respondí -Dame un ejemplo, amigo-
Checho pensó un poco y me replicó -Fijate, hay una guerra ahora, en este momento. Se está muriendo gente. Digo, o no sé, los robos, o la pobreza, o la violencia-
Rápidamente le volví a contestar - ¿Sergio, vos sos o te hacés?-
Inmediatamente, ambos nos quedamos mirando el televisor. No iban ni 20 minutos de juego y la transmisión mostraba como un humo negro cubría todo el estadio, dos ataúdes se mostraban de manera festiva, dos personas se desmayaban en la platea, y las pelotas desaparecían intencionalmente para que no se pudiera jugar el partido.
Todo ese escenario, me hizo pensar que el Checho no estaba equivocado. Pero no le di la razón. Me refugié en decirles algunas palabras a los tucumanos hinchas de Atlético que impedían jugar al fútbol. El primer tiempo se fue con Independiente perdiendo, jugando mal, errando pases a 5 metros, y con una calentura bárbara de no poder hacer pie en la cancha.
Los 15 minutos que duró el intervalo me la pasé pensando en qué podría contestarle al Cecho para explicarle que, cuando un partido se juega, toda la atención, la pasión y la fe se deposita allí, en esos once que visten una camiseta colorada.
Faltando 15 para el final, y mientras la pelota venía volando desde un tiro de esquina, Sergio, mientras veía Tik Tok, soltó al aire "la vida es bella amigo", y un milisegundo después, Joaquín Laso, saltó más alto que todos los tucumanos, saltó incluso por arriba de esa luna tucumana, y la clavó al fondo de la red para poner el empate. Y con qué bronca lo gritamos. Le tiré a la mierda el celular al Checho y le dije "Claro amigo, claro que la vida es bella", y me aferré a esa frase para siempre,
Rápidamente Checho me dijo que, esa frase fue producto de un video que estaba viendo, sobre una playa en Cancún y dos multimillonarios que se dan los lujos que se les canta. Pero a mí no me importaba, yo me aferré a esa frase para explicarle al Checho lo que nos pasa cuando vemos a Independiente. Y, cuando ya aceptaba el empate, Laso le metió un cabezazo tucumano a Canelo que se fue mano a mano con el arquero de ellos y por abajo, desató la locura final. Lo grité con el alma. Me desgarré la garganta gritando un gol de un sábado a la noche contra Atlético en Tucumán. Un gol con el cual le pegamos una patada en el culo a ese fondo de la tabla que nos asustó por un momento, una patada en el culo a aquellos que todas estas semanas ni nos nombraron como grandes gestores de epopeyas internacionales, una patada en el culo a aquellos que juraron y recontra juraron que la llegada de Carlitos estaba políticamente coordinada.
El partido terminó, Independiente ganó, pero antes de que el Checho se vaya, lo miré a los ojos y le dije: Tratamos de vivir lo mejor posible, al igual que tratamos de jugar al fútbol. Pero no siempre estamos a la altura de nuestras expectativas. Por eso, como en la vida, en el fútbol siempre hay revancha. Quizás lo importante sea seguir intentando. Es por ello que tengo la incansable necesidad de ver a la vida como el fútbol. Con sus alegrías y sus tristezas, con sus amigos y sus enemigos, sus compañías y sus soledades, con su amor y su desamor, con la paz y la violencia, con el temor y la valentía; con la fe, con la esperanza, con sus errores y sus virtudes. Pero por sobre todas las cosas, con los ojos llenos de palabras. Por eso, querido amigo, cuando hay un partido de fútbol, y encima gana Independiente, aunque en nuestro tiempo exista también la muerte, la vida es, fue, y siempre será bella
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