Las manos de mi madre


Desde que mi mente decidió empezar a tener memoria, recuerdo que la Negra Sosa invadía las tardes de los sábados o las mañanas de los domingos cuando mi viejo se ponía a prender el fuego para un asado que servía de antesala a los partidos de Independiente, de nuestra Selección Argentina o de cualquier otro equipo que fuera televisado. Es que, el folclore siempre nos perteneció a nosotros, y claro, al país. 

Como les decía, la Negra Sosa fue la culpable de que a mí se me instalara un tema tan hermoso como este equipo que nos tiene enamorados. El tema era "Las manos de mi madre", aunque solo para mí, porque en realidad ese era el estribillo de la canción y su nombre oficial era "Como pájaros en el aire" y claro, lo cantaba Mercedes pero en realidad era de Peteco Carabajal. Y mientras mi viejo preparaba el fuego y cebaba los primeros mates, había alguien que me iba a despertar y, aunque yo ya estuviera despierto, decidía esperar con los ojos cerrados, haciéndome el sota para que esa mujer llegara, abriera la puerta de forma sutil y me acariciara como uno acaricia lo más preciado que puede llegar a tener. Esa era mi vieja. Esas eran las manos de mi madre. Ese fue un momento de mi niñez que conservaré hasta que mi mente decida dejar de tener memoria.

Las manos de mi madre albergaban todo; las dudas, los miedos, las angustias, los éxitos, las frustraciones, los amores, las verdades, las mentiras, los sueños, las nostalgias, la vida misma. Y claro, siguen albergando todo eso. Porque cuando de tarde, llegué a casa para ver el partido, era ella la que me estaba esperando con una comida caliente en la mesa mientras me preguntaba cómo me había ido. Y aunque no le interesa demasiado el fútbol, también es ella la que pone el agua a calentar para que yo trague los nervios de un partido durísimo con Ecuador, con yerba mate.

Las manos de mi madre y las de todas las madres son esas que atajan sin guantes, las que saben que hay que apretar los dientes cuando te golpea un centro que viene desde la otra punta. Las que tienen la capacidad de salvarte el culo cuando errás el primer tiro y estás a doce pasos de quedarte afuera de una copa. 

Ahí, cuando todos fallamos, porque uno en la vida generalmente intenta, falla, vuelve a intentar y falla hasta conseguirlo, como decía, cuando todos fallamos, aparecen las manos de mi madre, y la de todos ustedes. Y ayer, mientras nuestras madres también se morían de los nervios, apareció él, que ataja con guantes. Guantes que son tan grandes como el amor que uno le tiene a una madre.

Y él, que nos ha salvado y nos seguirá salvando para siempre, aún en la inexistencia, repiquetea sobre la línea, se tira para su izquierda, y con las manos de mi madre, las de la tuya, las de tu amigo, tu vecino, tu mamá, tu papá, y todas las benditas madres que puedan existir, una vez más, nos salva y contiene el penal. Y después, hace lo mismo pero a su derecha, como para que no queden dudas.

Pero el Dibu no solo contiene los penales, el Dibu, con su gracia, sus ironías, sus gestos y su amor por la camiseta, nos tapa muchas de las dificultades que uno pueda atravesar, o que puede estar atravesando. Porque mientras algunos lugares se prenden fuego, el tipo pega un manotazo y nos saca, de la nada misma, una mueca de sonrisa que nos dura toda la noche. Ese tipo al que aman los más sinceros, simplemente por jugar a jugar. Ese tipo que es nuestro héroe, que se apellida Martínez y que ante todas las cosas, ataja con la pasión y el amor que contienen las manos de una madre.





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