Escucharse

 



El Flaco tenía decidido no ir a la cancha a ver a Independiente ese lunes por la noche. El Flaco labura demasiado en esta vida que muchas veces no recompensa a los que verdaderamente merecen ser recompensados. El Flaco mantiene una familia y para eso debe tratar de mantener esas horas de sueños que le permiten levantarse a ir por el futuro que lo espera para darle pelea.

Pero como dije, no tenía. Porque sorpresivamente, al Flaco le suena el celular. Atiende, y es el Coche, que le dice que está en la puerta, que salga que ya salen para Avellaneda y que en el auto está el Pela, también. El Flaco sabe bien que la insistencia de un amigo puede ser resistida, pero la de dos, no.

Entonces le avisa a su mujer que se va a la cancha a ver al Rojo. La Flaca no se lo toma demasiado bien pero no ofrece demasiada resistencia. Ella se queda fumando un cigarrillo mientras escucha un poco de rock nacional antes de irse a dormir y despide a su esposo que se sube a ese auto con la misma ilusión que se subía cuando iba a ver las gambetas del Dani Garnero y la adolescencia le pegaba en los tobillos.

Durante el viaje y durante el ingreso al estadio la conversación gira en un solo tema; la escucha. Coche sostiene que está teniendo algún que otro problema con la piba en el colegio porque no escucha demasiado a la profesora, el Pela acota que anda medio sordo del oído izquierdo y el Flaco remata la conversación señalándole a sus amigos que no se están escuchando y están cambiando la charla, por eso prende la radio y sube el volumen para que todo escuchen cómo iba a formar Independiente ante Atlético Tucumán.

Un abrir y cerrar de ojos bastan para que el Rey de Copas levanta los brazos a los cuatros costados, con sus jugadores utilizando auriculares porque hay alguien que no está escuchando las voces de protesta, porque ese alguien no escucha ni ve las necesidad de uno y de todos los chicos, de tener la posibilidad de formarse con el mejor futuro. No lo ven ni lo escuchan. Lo único que oyen es el ruido a billete cuando cambia de unidad.

A esa protesta se suma todo el público del Rojo y un solo grito se escucha en Avellaneda: "Esta noche, cueste lo que cueste, esta noche tenemos que ganar". Los jugadores escuchan la súplica y a los pocos minutos, Ávalos, de penal, marca el 1 a 0 de los nuestros.

En la misma noche que Hidalgo escucha lo que le dice la camiseta y lo que le dicen las piernas y amaga y no deja de amagar para que nosotros no dejemos de sonreír. Y aunque el rival lo empata faltando poco, la hinchada se contagia porque ve que el equipo va para adelante y Loyola la empuja a la red para marcar el 2 a 0 final.

Se escucha en toda Avellaneda que el domingo tenemos que ganar. Pero también se escuchan otras cosas. En el corazón de Rey se escucha el llanto y la necesidad de un futuro mejor, en los pies de Lomónaco se escucha preguntar a un chiquilín si el Gaby Milito jugaba así a la pelota, en la zurda de Hidalgo se escuchan los músculos que se mueren de las ganas de seguir jugando, en el botín de Ávalos se escucha el golpe y el grito de gol. Y en el corazón de todos nosotros, se escucha la sangre que se bombea para todos lados, esa sangre que tiene el mismo color de camiseta, esa sangre que sabe que Independiente se desvive por reencontrarse con ese amor de toda la vida, ese amor a primera vista que hace bastante soltó y quiere volver a aferrarse para no perderse nunca más. Escúchese usted, hincha del Rojo, escúchese bien el corazón, que ese amor que usted siente, al lado de Independiente, tiene forma de Copa.

El Flaco, convencido de que el sueño le pasará factura, llega a la casa convencido de que no fue una buena idea haber asistido al partido, sin embargo, otro poder más grande que el de los amigos lo espera. Porque cuando prende la luz, su pibe de 9 años, que se levantó a tomar agua, medio dormido, se saca una lagaña, lo mira a los ojos y le dice: "Papi, ¿escuchaste? ganó el Rojo.




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