Estaba muy confuso, es lo único que sabía con certeza, de aquel instante. Ni siquiera podía entender con exactitud dónde me encontraba. Pero seguía caminando hacia adelante. Escuchaba el murmullo de algunas personas, como si estuvieran al lado mío, todos caminando hacia la misma dirección, pero no podía descifrar lo que decían, ni tampoco los podía ver. Todo era un reflejo. Pero al menos no estaba asustado. No sé si podré acercarme a la verdad de lo que ocurrió, no tengo fecha, ni hora, pero lo podría comparar como cuando uno entra al túnel de una cancha. Uno trata de digerir una sensación de éxtasis, de ansiedad, y de felicidad, se escucha un griterío abrumador, pero no se logra entender realmente qué es lo que dice cada persona. Pero no hay miedo, uno sabe que va hacia la dirección correcta, y que va a acompañado a pisar la cancha. Y una vez que la pisa, se abre el cielo o la noche y todo es una completa felicidad a tal punto que se resume en uno mismo. Ya no entiende ni de aquellos que alientan, ni de los que insultan ni de los rivales. Es uno mismo haciendo lo que más le gusta, con responsabilidad, pero como repito, es uno mismo y el juego, lo otro es secundario. Ahora entiendo la frase, “Los de afuera son de palo”.

Sentía que avanzaba, pero no me movía. Estaba con la misma ropa de cuando me había dormido. Ni siquiera me interesé por el partido que tenía pendiente. Tenía una camiseta blanca, un pantaloncito negro, unas medias negras y unos botines puestos a la ligera, con los cordones desabrochados. No sé si había llegado a jugar. No sabía demasiado, en realidad. –Qué pase el cinco- escuché, muy de fondo aunque logré registrar una voz gruesa, firme. Como si viniera de algún jefe, o de algún soldado militar de alto rango. Digo Jefe en relación a la jerarquía, no tuve jefes en mi vida, pero si tuve hombres y mujeres que tomaban decisiones de mayor nivel y tenían esa firmeza al actuar, propia de la responsabilidad que indica el cargo, dejando de lado la bondad o la maleza, pero personas que no titubean y si lo hacen, nunca lo sabrás.

Hice algunos pasos más, si es que los puedo denominar como pasos y lo hallé sentado en una humilde mesa de escritorio, con mucho papelerío ordinariamente acomodado. Entonces ahí supe que militar no era, más bien se trataba de algún empelado superior estatal. Jugaba con una lapicera sobre sus dedos y una hoja A4. A la primera le hacía varios juegos de habilidad con su mano, la traía, la guardaba, la escondía. Me miraba, pero no me decía nada. Entonces tomé la responsabilidad de presentarme, aunque me llamó la atención la birome azul, por lo cual le dije –Hola, soy Diego Fratacheli. ¿Sabe usted que la birome….? – Pero no me dejó concluir. Me anticipó –Usted no es quien dice ser y la birome…… lo sé, es un invento de ustedes. Los de ese lugar. Uno de los muchos inventos de los cuales se galardonan. Pero, este, es el que más me gusta, porque es azul-

No entendí, en ese momento porqué me había dicho que yo no era el que creía que era ni tampoco por qué del deslumbramiento por el color azul. Pero seguí adelante la conversación casi por obligación. El hombre, de casi un metro ochenta de alto, joven, con una mandíbula súbitamente marcada, de hombros extensos, manos grandes y aspecto de los años 50, soltó –A ver, a ver, repáseme su CV. Lo tengo acá pero quiero que usted me diga porque, allá, ¿Sabe cuántos CV observé que mentían? Que manejo de esto que manejo de aquello, y cuando había que demostrar en la cancha, nada de nada. Acá pasa igual, sólo que lo hacen para que nadie los mande del otro lado. Pero uno se da cuenta, querido, yo tengo muchos años, casi que ni me lo creerías, en esto-

Me agradó que haya hecho la comparación con una cancha, me hacía sentir cómodo, a gusto. Entonces le resumí mi experiencia –Yo nací un 19 de noviembre de 1985, en Quilmes, Provincia de Buenos Aires. Me carrera como jugador de fútbol comenzó a mis 9 años cundo me fui a probar al club el Trébol, de Wilde. Allí jugaba en cancha de cinco y a los 12 años tuve una prueba en Independiente. Quedé y tuve la experiencia de hacer inferiores. Llegué hasta la cuarta, jugando de volante central, siempre tuve las mismas características, era lento pero sustituía esa lentitud con mi habilidad para anticipar las jugadas, desprenderme rápido de la pelota, patear bien de larga distancia y ser el corazón del orden del equipo. Después debuté en la primera de Quilmes en el año…..

 

No me dejó terminar. –Veo que no me estás entendiendo. Yo de fútbol sé una goma. ¿Acaso yo te dije de repasar tu experiencia como profesional? Mirá, hagámoslo más rápido, porque ya me toca el franco y me quiero ir un poco antes hoy, te va a acompañar Héctor, y te va a facilitar un poco las cosas. Después, cuando vuelvas, y confirmemos el CV que tengo acá, decidimos dónde vas. Esperalo acá, ya viene-

Me asombró. Sino era mi experiencia como jugador de fútbol, ¿A qué se refería? ¿Quién era Héctor? Pensé que estaba en algún lugar de Argentina ya que el nombre que había utilizado era de los nuestros, aunque no había revelado el suyo. Esperé algunos largos minutos. Había mucho silencio. La claridad del día era rara, no podía descifrar qué hora era pero más o menos calculé que se asomaban las seis de la tarde. Cuando la soledad ya me había alcanzado, detrás, surgió una figura totalmente opuesta a la del jefe. –Hola señor Fratacheli, bienvenido. Comencemos el recorrido sin más, vamos- me dijo.

Lo miré por todos lados. De algún lugar lo conocía. Su amabilidad y su cortés mueca de sonrisa me tranquilizó como cuando uno es chico y su mamá o su papá lo va a buscar al colegio, seguro, sostenido, cómodo. Aquel hombre era más petizo, calculé un metro setenta y cinco. Pelado, flaco, con ropa clara, urbana, dispuesto a acompañarme quién sabe a dónde. Tenía aspecto joven, de unos 25 años de edad. Las manos eran chicas con dedos alargados, las patas flacas, con un físico similar a quien juega de extremo.  Ágil. Y lo que más me llamó la atención, fueron sus ojos que se presentaron azules. Pero un azul que no había visto en ningún individuo con anterioridad. Él hizo el primer paso y yo lo seguí. En ese instante me pregunté a mí mismo si estaría soñando, ya que siempre fui de soñar cosas muy extrañas, sobre todo antes de jugar un partido. Mi psicólogo me había dicho que en esos sueños pre partido, yo eliminaba todas mis tensiones acumuladas. Pero esta vez era diferente. Me convencí de seguir y descubrir las cosas, porque en parte, estaba disfrutando de ellas. Como cuando uno va armando la jugada y decide dar un pase más antes de finalizarla. Traté de relacionar el color azul con la birome del jefe y los ojos de Héctor pero no encontré afinidad. Entonces proseguí a arrimarme al lado del joven.

Por primera vez pude divisar bien dónde nos encontrábamos. Era un lugar de trabajo, como cualquier otro. Con gente yendo y viniendo de sus oficinas, un edificio con muchas escaleras, gente de traje, otra gente vestida informal, algunas filas de individuos que no sé dónde iban y varios mostradores. –Bueno, comencemos, pasá, por favor- dijo Héctor. Abrí una puerta frágil y una luz atrapó mis ojos al punto de nublarlos completamente, de tal manera, que me temoricé por tropezarme con algo o con alguien. Y en esos segundos donde mi visión se fue, Héctor me aseguró –Tranquilo, por eso los bebés lloran cuando nacen, la luz del día, o de la sala, tan brillante, no entra en los primeros vistazos de un recién llegado, pero te acostumbrarás- 

Una vez pasada esa luz abrumadora, logré divisar un pequeño cuarto, en realidad era más parecida a una oficina. Con una mesa de escritorio, una pizarra detrás, y delante de aquella mesa, una silla individual con tabla incorporada. –Sentate, Diego, sentate- soltó aquel hombre. Me acerqué hacia el escritorio, debajo, había una pila grande de fotos guardadas, como si se tratara de algún archivo seleccionado minuciosamente. El hombre calvo, flaco, con manos alargadas, se sentó en el banco y comenzó a tomar las fotos. Me ofreció un café. Accedí. No tenía hambre, ni sed ni nada, pero accedí para tratar de descubrir al menos si esto era o no un sueño. Pensé, si el café tiene gusto, no lo será, por lo contrario, sino lo tiene. O quizás me despierte en el momento exacto en el que la infusión caliente esté por tocar mis labios. Como esos sueños extremadamente reales que, cuando están al límite de comprobar su realismo, se terminan brutalmente, despertándonos en una realidad finita, acabando con las expectativas nocturnas de la mente. El hombre, Héctor, desapareció algunos segundos y finalmente trajo hacia la mesa, dos jarritos de café. Quiero que entiendan que cuando hablo de tiempo, es una aproximación a la verdad. No tenía reloj, no tenía celular, todo era puro cálculo de mi confusa imaginación.

Tomé el vaso de plástico con mi mano derecha. Miré dentro. Negro, algo amarronado, pero casi negro. Y finalmente, asomé el borde del pote a mis labios y me entregué al final. Fueron dos o tres segundos desconcertantes. Increíble. Increíblemente amargo y fuerte, y caliente, era el gusto y la temperatura de aquel líquido. Héctor sonrío, me miró y me dijo – Acá tenés azúcar, amigo mío- La incertidumbre se multiplicó. ¿Dónde me encontraba? ¿Qué había sido de aquel partido al que estaba yendo a jugar? ¿Me quedé dormido? ¿Me secuestraron? ¿Quieren plata? ¿Qué es lo que está pasando? Pero no sé si el aire del lugar, la apacible tranquilidad, o el buen trato de Héctor, me impidieron cuestionar el momento.

Sin embargo, ninguna de esas dudas era de tal grandeza como la que surgiría a continuación. De repente, sin previsto alguno, aquel calvo tomó una foto de la pila y la puso sobre la mesa, a la orden de – Explicame esto, Diego-

Primera confirmación. Tuve miedo. Y a continuación del miedo, surgió la duda. Entonces el miedo desapareció. Ya no era temor, eran dudas, era tratar de descubrir por qué estaba pasando esto. Sobre la mesa, pude observar, atónito, la foto de un niño de 9 años, con una camiseta de Independiente, jugando a la pelota con otro grupo de chicos, a quienes también conocía. -¿Quiénes son?, preguntó Héctor. –El de acá, el más petizo soy yo…… - respondí. –No nene, ese ya sé que sos vos, te conozco, aunque vos todavía no lo sepas- devolvió el calvo. Ahí confirmé entonces que mi sensación de conocimiento sobre Héctor era verdad. Segunda confirmación. Aunque todavía no sabía de dónde. No pregunté.

Héctor consulto –Los chicos de acá, ¿Quiénes son? – A lo que respondí –Este de acá, es el Colo. El de mi derecha, el Negro, al lado, Julián, un amigo del Negro. En el arco, el Flaco y con la pelota estaba Lucho- , -¿Y qué hacían? – volvió a preguntar Héctor. – Jugábamos un 25 creo, en el barrio dónde yo vivía de pibe-

-¿Y qué sentían cuando jugaban?-

-No lo sé-

-Esforzate, de esto depende tu aprobación-

No sé qué quiso decir Héctor con mi aprobación, pero no me podía negar al esfuerzo. Tenía  la sensación de que había peticiones de las cuales no podía escapar. Dije –Éramos chicos. Queríamos jugar, sin más. Queríamos divertirnos, sin responsabilidad. Volábamos, elegíamos un jugador cada uno. Yo era Redondo, casi siempre. Salvo cuando me tocaba ir al arco, era Ángel David Comizzo. Siempre lo admiré como volaba-

-Si te viera él ahora mismo diría lo mismo de vos- sonrió Héctor.

No lo capté. O no lo quise captar.

-Jugaban, entonces. ¿Sin más?-

-Sin más- respondí y alargué – Éramos puro éxtasis. Esperábamos la hora para salir a la calle y encontrarnos a jugar, a jugar a la pelota-

Héctor puso un freno con la mirada. Retiró la foto y me dijo casi con resignación. –Sabe usted, Diego – (Hasta ese momento, aquel calvo nunca me había tratado de usted) – Sabe usted que hace años, pilas de años que vengo escuchando la pregunta más estúpida del universo. Y se repite, y se repite como un ciclo sin fin-

-¿Cuál? – me tomé el atrevimiento de preguntar-

-Esta. ¿Por qué elige alguien jugar a la pelota? ¿Por qué quieren ser jugadores de fútbol?- y sonrió otra vez. Pero siguió –Después, son los mismos que se preguntan si el Big Bang es real o si Dios creó al mundo. Pero qué de estupideces viejo, perdón por la palabra, Diego. Pero dígame, usted, o a ustedes ¿Por qué les gustaba jugar a la pelota?-

-Es que realmente, no lo sé. Será porque a mi viejo le gustaba también. Uno repite patrones de los padres-

-No Diego, no. No se trata de eso. El patrón, el único patrón que todos tenemos marcado a fuego, el sello distintivo, es jugar, querido Diego, es jugar. Después uno elige. Si jugar a la pelota, o jugar al Básquet, o jugar a las carreras, pero uno quiere jugar Diego. O acaso, usted, como buen jugador que es, ¿No desconfía de aquel invitado a un partido que quiere saber con quién juega o elegir equipo? Claro que desconfía, porque uno va motivado porque va a jugar, simplemente por eso. Si uno es motivado por el compañero que le toca, por la cancha en la que juega, o por otras cosas, secundarias, digamos, la acción, querido Diego, la acción, sería interesada y quedaría vacía de sentimiento, vacía de placer, vacía de autenticidad-

Héctor tenía mucha razón en el comentario. Cuántos partidos me había enojado por aquellos que van con pretensiones. Pero no pude dejar pasar eso de “como buen jugador que es”. Osea, ¿Todavía lo seguía siendo? , me pregunté a mí mismo. Pero antes de poder procesarlo, Héctor volvió a cortarme con una pregunta – Dígame, Diego, ¿Por qué en esta foto, el Colo está enojado?-

-Habíamos organizado un partido con unos chicos nuevos del colegio. Y el Colo me reprochó que no le di ni un pase. Que se la pasé toda a los denominados nuevos-

De repente, Héctor miró el reloj. Me acompañó hacia afuera de la oficina. Me otorgó unas llaves de un dormitorio, y me sugirió que el recorrido y las preguntas seguirían la mañana próxima a primera hora. Le recordé que el Jefe requería una resolución rápida, pero me contestó –Él suele hacer esas conjeturas, pero quédate tranquilo, que tiene todo el tiempo del mundo-.

Me dormí rápidamente. Me sentía liviano, como cuando uno se acuesta luego de hacer ejercicio. No paré de pensar en la locura de lo que estaba viviendo. Me sentía forzado a hacer algunas cosas, como que mi cuerpo respondía automáticamente, aunque yo me negara. Mis pensamientos duraron poco aquella noche. Quizás porque quería que todo terminara rápido. Pero antes de entrar en lo profundo de la noche, me prometí a mismo que a la mañana siguiente pediría explicaciones sobre lo que estaba sucediendo. Y que haría la pregunta que no me atrevía si quiera a pensar. Pero la haría, pondría los huevos sobre la mesa y la haría y me iban a tener que responder. Sino, se las iban a ver conmigo. Y quédense bien tranquilos, que nadie me quiere conocer enojado.

A la mañana siguiente me levanté. Me vestí nuevamente y enfilé hacia aquella oficina, cómo habíamos quedado con Héctor. Abrí la puerta enfurecido a terminar esta cuestión. Y cuando entré fuertemente a la sala, me sentí un idiota. Héctor no había llegado. Fue un segundo, apoyé mi cuerpo sobre el escritorio, y una voz, detrás de mí, sopló –No lo estás-

-¿Cómo sé que es verdad que no lo estoy? Pregunté sin mirar.

-¿Qué clase de hombre puede reconocerse muerto si bebe y saborea el amargo gusto del café caliente sin azúcar. Acaso, estás loco?-

Me tumbó. ¿Cómo sabía lo que iba a preguntar?,  se lo dije.

Pero me respondió haciendo un jaque mate. Lo sé, todos me lo preguntan. Y yo, sin cansarme, se los repito. No lo están. En una conferencia de prensa, jugador, DT y periodistas, saben cuáles serán las preguntas y respuestas. ¿No es así?-

-Sí-

-Entonces, esto es lo mismo Diego. Uno sabe cuáles son las preguntas y respuestas cuando ya está demasiado metido, embarrado en el juego. Y yo lo estoy. Estate tranquilo, Diego, no estás muerto. Vení que te muestro algo- y me sugirió que lo acompañara a otra sala de al lado.

 

No demoramos demasiado en juntar las fotografías y movernos hacia la sala que se encontraba, literalmente, al lado. Ninguna luz me obstaculizó la vista ni tampoco observé nada, cómo decirlo, deliberadamente distinto a lo que me había encontrado en la sala anterior. Lo único que podía agregar es que esta oficina era más amplia. La pizarra no era de madera, sino que era de plástico blanco, con algunos fibrones negros y rojos arrojados en un costado del escritorio como si alguien ya hubiese pasado por allí. ¿Habría estado alguien tan confuso como yo, con otro hombre como Héctor? ¿O habría sido el mismo Héctor pero con una persona diferente que estaba transitando el mismo camino? Imposible, no sentí ningún olor particular, más bien el olor a oficina cerrada desde hace algunos días. Alguien había estado en ese lugar y se había olvidado de guardar los marcadores. La pizarra no estaba limpia. Estaba escrito, en rojo, una frase que así se leía: “Lo que hay en juego”. Pensé que Héctor lo había escrito con anterioridad en aquel momento en el que llegó más tarde pero no habría hecho a tiempo, calculo, y además, la oficina estaba con llave, la cual Héctor sacó de la primera sala, donde nos encontrábamos. Y lo hizo delante de mí, por lo cual, él no hubiera podido estar dónde ahora nos encontrábamos.

Con todas esas cuestiones, me descuidé algunos minutos observando la frase que lucía en el plástico blanco colgado de la pared color pastel. Y ahí fue cuando vi como Héctor se acercó con un aparto entre sus manos delgadas. Enseguida lo identifiqué. Me asombré, con alegría. –Es un Winco- le dije. –Sí- me respondió, y arrancó a sonar Venus, de Shocking Blue. –Me gusta mucho este tema, tiene mucho ritmo y el corte justo. Es de una época de mucho invento, de improvisaciones, una época de perdiciones pero también de luchas y descubrimientos-, soltó. -¿Entendés la letra?- me atreví a dudar.

 

-The summit of beauty and love, la cumbre de la belleza y el amor- respondió, e hizo una corta mueca, pícara. Casi intrascendente, pero profunda y eficaz. Pero sin dar lugar a continuar hablando de música, Héctor volvió a tirar una foto sobre la mesa y sugirió que habláramos sobre la escena en cuestión. – Ahí estoy jugando en inferiores. Era la séptima categoría de Independiente. Una división clave, ya vas teniendo roce de reserva, y si pintás bien, te chupan enseguida para arriba- Héctor volvió a reír. -¿Quién es ese hombre, canoso? -Este viejo sin vergüenza es el Flauta Gutiérrez. Le decíamos flauta porque estaba siempre soplando vino el atorrante. Pero era un viejo muy noble. Siempre dije que fue mi papá en el mundo de fútbol. Me mostró todo lo malo y todo lo bueno de este deporte. Me protegió-

 

-¿Y por qué tu cara de asustado?-

 

-Ahí, ya se meten otras cosas que nada tienen que ver con el juego. Digamos, hay presiones, los representantes se pelean por los pases, te prometen cosas, comienzan a volar contratos por la cabeza, ofertas de otros equipos, llega gente corrupta, se cometen abusos de todo tipo. Se vuelve turbio, digamos. Por eso digo que él me protegió- sostuve.

 

Siempre hay alguien que te ofrece otra salida ¿No? , como la tentación de dársela al 9 pero sabés que el wing te pica solo al vacío. ¿A quién se la das?- consultó Héctor.

-No sé si siempre hay alguien. Me conformé en aquel momento con su presencia. No es fácil ser un chico con todo ese escenario. Por eso nunca me gustó eso de, su obligación es jugar y ganar y hacer feliz a los demás. No muchos saben lo que pasamos de chico para llegar a dónde estamos-

-Y llega un momento en donde tenés que decidir ¿No? Aunque seas un chico. Si el camino corto, fácil. O el largo, complicado, digamos. Los dos llevan al mismo puerto, ¿O no?-

Entendí la pregunta de Héctor. Haber pasado tiempo con él me hizo, como él también decía, embarrarme en su juego. Lo captaba, y trataba de seguirle el hilo para responder acorde a las dudas que soltaba o a las pruebas a las que me remitía. –Sí, hay que decidir, pero no es fácil-

-Para eso están los entrenadores amigo mío- contestó Héctor buscando entre la pila de fotos, algo que no alcanzaba a ver. –Para eso están. A ver, dígame, ¿Qué significó esto para usted?-

En el papel escrito a mano que me mostró, leí la frase –Diego, vos siempre tenés que pensar en la segunda jugada- Me palidecí. Me lo había dicho el Flauta Gutiérrez, justo antes de que yo me vaya a Quilmes con la promesa de jugar en primera. No le dije nada a Héctor, supuse que él ya lo sabía. Pero me expliqué – En aquel momento no entendí lo que me decía el viejo. Me habían prometido debutar en la primera de Quilmes. Y así fue. Después mi carrera no fue lo que esperaba, quizás, de haber seguido en Independiente hubiera sido más vidriera, no lo sé-

-Es que ese es el punto de conflicto, Diego. Eso es lo que trato de que entiendas. Todos se piensan que lo que está en juego, es el éxito. Pero no, amigo mío. Todos se esfuerzan para que el camino sea lo más liviano posible. Pero nunca lo será. Nada puede terminar en evolución si no se fracasa, sino se aprende, sino se llora, sino se suda. Y así, sucesivamente, la vara del nivel evolutivo se va levantando cada vez más. Y lo que ayer parecía grave, hoy no lo es. El problema es que nadie, o casi nadie, entiende lo que hay en juego. Dígame, usted, Diego (Héctor seguía tratándome de usted) , dígame, ¿Le gusta leer?-

-Sí, algo- respondí.

Héctor siguió – Pues bien, usted sabrá, que en toda historia, en todo relato, hay una estructura básica. Una introducción, un nudo, y un desenlace, sin nombrar sus derivados. Pero no es que los libros son así porque así tuvo que ser. Los libros los escriben los humanos, y la vida de todo humano es así, mi amigo Diego. Es así. Naciera rico, pobre, negro, blanco, colorado, oriental, occidental, hincha de Boca o de River. Eso es algo que no podemos eludir. Tampoco el problema son las malas elecciones, sino cuánto hemos aprendido de ellas-

No sé a qué punto quería llegar Héctor, pero continué escuchándolo.

-¿Por qué se retiró, usted, Diego?-

-Ya no tenía más ganas. Me sentí que había terminado mi etapa como profesional. No sé si realmente, pero había muerto mi pasión por el fútbol, ahí dentro-

-Pero volvió a jugar con sus amigos, ¿No?-

-Bueno sí, uno nunca deja de ser jugador. Como le pasaba al más grande todos, que llevaba mi nombre-

-Espere un poco Señor Fratacheli, que Maradona hubo uno solo, y que Dios lo tenga en la gloria-

-¿Sabés realmente por qué volviste a jugar?-

-Porque me gusta el fútbol- Héctor me volvió a pedir que me esforzara.

-Porque necesito sentir el golpe de la pelota en los pies-

-Estás un poco más cerca. Pero se nos acabó el tiempo. Vayamos con el Jefe, que nos está esperando-

Se me aceleró el corazón. ¿Todo iba a terminar? ¿Qué iba a ser de Héctor? ¿Aprobarme para qué? ¿Por qué todas estas preguntas? ¿Qué pasaba si me desaprobaban? . Como un chico que necesita ayuda de su mamá, le rogué a Héctor que me ayudara, que me dijera algo de lo que iba a suceder.

-Tu aprobación depende de lo que le contestes al Jefe-

-Una ayuda, alguna palabra, por favor Héctor- casi llorando, le supliqué.

-No puedo- respondió el calvo. Pero dejó pasar unos segundos, miró alrededor, se me acercó a los hombros, y me susurró – Solamente te lo digo porque a mí también me gusta el fútbol. Un deporte que cualquier chiquilín con un shorcito y una pelota de papel lo puede jugar. Un deporte que no conoce de pobres o de ricos, de justicias o de injusticias. Solo conoce. Escúcheme, Diego. Pregúntese a usted mismo qué es lo que está en juego en un partido de fútbol, que es lo que todos quieren, y qué está en juego en la vida-

Cerré los ojos y Héctor ya no estaba allí. Delante de mí, otra vez, casi inentendiblemente, apareció la figura del Jefe. Parecía cansado, como queriendo terminar algún tipo de trámite. Se arremangó la camisa, dejó la birome azul sobre el escritorio. Me miró y me preguntó, firme, fatal –Y bien, Diego, terminemos con esto. Dígame usted, ¿Qué es lo que hay en juego en un partido de fútbol?-

No lo dudé. Ya estaba agotado. Quería que esto se termine. Alguna lágrima se me escapó de mis pupilas y recorrió el camino que conduce desde un costado de la nariz, a la mejilla y luego a los labios. – Mire, Jefe. Muchos dirían que el resultado, otros que la plata, otros que el éxito, los campeonatos, la felicidad. Pero lo único que todos queremos, es la pelota. La pelota conduce a todo, todos quieren tener la pelota y que no la tenga el rival. La pelota, Jefe, todos amamos la pelota-

-Diego, Diego (Suspiró el hombre, acariciando su barba. Yo temblaba) ¿Sabe qué? Yo necesito más gente como usted. No digo jugadores como usted. Gente como usted. Pero miro, analizo, busco, escarbo, y cada vez veo menos. Por eso no sé si llamarlos o no. Pero bueno, al fin y al cabo no es una decisión mía- y miró para arriba como buscando a alguien más.

-Diego, dice usted muy bien. Todos aman la pelota. Pero para amar la pelota, primero hay que amar. Digamos que, el sustantivo sin el verbo es solo un sustantivo. Por eso, en el principio, está el verbo, empujando al sustantivo, para que accione, para que sea. Digamos que el sustantivo es un vehículo. La pelota es un vehículo, que es empujada por amar. O por jugar, que digamos, casi es lo mismo. Después obviamente, aunque le repito, yo no sé mucho de este deporte, digo, en cada pase, en cada salto, en casa decisión se vuelcan la moral, el carácter y todas cosas secundarias. Pero sin pelota, no se puede jugar, y si la pelota está quieta, tampoco hay partido. Hay alguien que tenga que sentir amor por ir a patearla. Yo necesito de ese amor, Diego. Y que ese amor que está en juego sea bien pateado, sea bien vivido. Como dicen ustedes, agarrar la pelota con los cordones, agarrarla con amor Diego, con amor. En definitiva, Héctor tenía razón. Una vez me dijo, “Allá cuando se enamoran, sienten una fuerza que no pueden controlar, quieren reír, llorar, festejar, todo a la vez. Les pasa lo mismo a los argentinos, aunque no estén enamorados, cuando agarran a una pelota, la quieren pisar, la quieren pasar, la quieren reventar, la quieren cabecear. Se desbordan, Jefe, se desbordan”-

 

Me quedé callado, esperando la resolución.

 

El Jefe se levantó, guardó sus cosas, Me tocó el hombro y me dijo – Bueno Diego, usted ha entendido como viene la mano, se viene conmigo. Sígame-

Sin oponerme, lo seguí. Fueron algunos pasos. El Jefe se retractó sobre su marcha. Me miró como si hubiera olvidado algo. Volvió a buscar sobre sus papeles. Y gritó – Pero puede ser la puta madre que me parió, perdón por las palabras, pero la puta que me parió, una vez que encuentro alguien acorde a la situación le buscan un momento así. Pero este cristiano estaba por jugar con sus amigos que les faltaba uno para un picadito, hermano. Y eso que a mí no me gusta mucho el fútbol pero déjate de hinchar las bolas, y otra vez pido perdón a por estas palabras. Cuchame una cosa, Diego, ¿A quién se le ocurre sacar a un hombre del juego y abandonar a un grupo de amigos un sábado a la tarde pre partido de fútbol? Vaya, Diego, vaya, ya nos veremos dentro de algún tiempo. Vaya y resuelva eso por favor. Con razón tenemos mala prensa acá, viejo. Vaya, vaya-

Sentí que me iba no sé a dónde pero grité -¿Usted es Dios?-

-Jajajajajajajajajajajaja- se rió fuerte, irónico, y despareció.

Sonido de llamada telefónica. Siento un golpe de calor. Trato de despejar los párpados. Veo mi celular. Lo había recuperado. 10 llamadas perdidas. Estaba vestido como para ir a jugar. Entra una llamada. El Colo. Contesto. Me dice –Pero escúchame una cosa, hijo de un gran madre, ¿Se puede saber dónde mierda estabas? Nos volvimos locos llamándote, hermano. Nos preocupamos. Primero que nos dejaste a gamba para el partido, pero después pensamos que habías muerto, gil. A la noche nos juntamos en lo de Lucho, más te vale que vengas. Pero decime, ¿Qué andabas haciendo que no contestabas?-

-Estaba charlando con Dios, Colo, estaba charlando con Dios- me reí.




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