De mis memorias como un precario volante central del fútbol amateur, me llevaré, aún hasta después de mi muerte, los recuerdos de aquellos jugadores fantásticos que me permitieron seguir amando la pelota y que sobre todas las cosas, me enseñaron a vivir un poco mejor.

Porque uno está acostumbrado a ver jugadores que gambetean de manera excepcional, que cabecean de manera extraordinaria, que tienen la facilidad de ponerse el equipo al hombro, personas que han hecho goles de más de 60 metros, de chilena, de tijera. Eso es común en el fútbol, amigos míos. Más ahora, que tenemos el acceso al mundo por una computadora. Un pone en YOU TUBE la palabra "Golazos" y automáticamente te saldrá un compilado de una hora de la segunda división de Noruega, con futbolistas que hacen goles de todos los colores.

Pero de lo que hablo, de lo que yo en este momento estoy escribiendo, es otra cosa. Jugadores fantásticos amigos míos, jugadores fantásticos. Y siguiendo por esa línea, el Sordo García fue un hombre rocambolesco. 

Roberto García nació un 27 de marzo del año 1976, en Valentín Alsina. Ver a ese hombre era una locura. Era ver, leer y escuchar una poesía viva, que caminaba y jugaba a la pelota. Resulta que el Sordo García tenía una cualidad que lo hizo único. Nació con oído absoluto. Muy pocas personas nacen con esa condición. Todos sabemos que Charly García, nació con ese don, pero este García, el Sordo, nunca fue amante de la música. Es muy raro encontrar a alguien que tiene una capacidad auditiva altamente superior a los demás.

Pero había un problema. Al Sordo nunca le gustó hacer música, por ende, no le servía un carajo esa audición. Roberto había nacido en un hogar muy conservador. Donde el papá trabajaba y la mamá solamente se dedicaba a los que haceres del hogar. Desde la infancia, este hombre sintió la pasión por dibujar. Él veía el mundo con los ojos llenos de trazos y colores. Pero para el papá, Alfredo, eso era cosa de chicas. El miedo que tenía el padre, de que el hijo sea homosexual, como si eso fuese un delito, un pecado, una ofensa, hizo que todos los lápices y papeles que él mismo poseía en la casa, desaparecieran por completo.

Miren ustedes hasta dónde llega el egoísmo de decidir sobre la vida de un niño, como si ese chico no tuviera conciencia propia, como si no ocupara un lugar en el mundo con voz y voto. Pero la historia fue así, y lo único que vio Roberto el Sordo García, fue una pelota de fútbol y muchas camisetas de Lanús. 

Yo creo que Roberto nunca jugó en primera porque no se lo propuso. Jugaba de diez, de enganche, obviamente porque tenía la capacidad de dibujar jugadas. Pero como no tenía papel, las plasmaba en su cabeza. Aunque sobre todas las cosas, el Sordo sacaba tajada de su don en el campo de juego. Su capacidad de anticipar los movimientos rivales no provenía de su condición física ni de su habilidad para llevar la pelota pegadita al pie. Roberto escuchaba absolutamente todo. 

Roberto registraba en sus dos oídos la charla técnica que venía del vestuario visitante, y rápidamente pedía papel y lápiz para explicarle a su entrenador cómo había que jugar el partido. Durante el match, no le costaba absolutamente nada descifrar qué decían los defensores rivales a la hora de asignarse las marcas, o las indicaciones, o qué cambios se venían desde la banca de los que tenían otro color de camiseta.

Era fantástico. Era un soplón perfecto. El oía que los defensores iban a achicar, y jugaba a las espaldas, con diagonales rompiendo el offside, escuchaba que se iban a replegar, y le decía al DT que había que tener cuidado con el contragolpe, escuchaba lo que decía la hinchada, y sabía si el oponente estaba cagado o no en las patas. Era la composición perfecta de un jugador de fútbol que jugó a la pelota casi por obligación, porque a Roberto, solamente le apasionaba dibujar la vida y los más parecido que encontró a eso, fue trazar jugadas inolvidables.

Sin embargo, nadie intuía qué iba a ser del futuro de semejante artista. Y lo inimaginable sucedió una tarde del 96. 20 años tenía el Sordo cuando la vida lo cambió para siempre. A veces el destino te pega tal cachetada que la primera reacción es el dolor, la segunda la comprensión, y la tercera el agradecimiento. Y así fue.

Estábamos en la previa de una semifinal de la Liga del Río en Quilmes. Yo, obviamente, jugaba para los quilmeños, y el Sordo, para los de Lanús. Era la primera vez que me iba a enfrentar a este titán. Yo tenía pensado pedirle la camiseta o algún dibujo, pero no me animé, pensé quizás que sería una ofensa, una provocación. Nosotros sabíamos que éramos boleta. Ya dábamos por asumido que García había escuchado la charla técnica y que dentro del campo, iba a oír todas las indicaciones y movimientos. Ni siquiera el roce del botín con el césped se le escapaba al Sordo.

Nadie, ni en la previa, ni en la charla, sugirió alguna táctica para tratar de sacarlo de eje. Y antes de salir al campo de juego, el Pastor Jiménez, que era nuestro entrenador, y representante de la Parroquia de Quilmes, nos hizo sentar a todos en ronda y exclamó - De oído oiréis, pero no entenderéis- Yo me lo tomé muy a pecho lo que dijo el Pastor, porque realmente no entendí un carajo la metáfora.

Ni bien puse un pie en el pasto, alcé la vista y lo vi. El Sordo hacía los primeros pasos en la cancha. Como todo artista, flaco, desgarbado, jorobado, sin pinta de deportista, se ubicó rápidamente entre los dos delanteros y el volante central. 

El árbitro le dio el OK a los líneas, todo estaba listo para comenzar. Pero cuando el colegiado se llevó el silbato a los labios, el Pastor Jiménez gritó bien fuerte -¡En tu nombre!- y otra vez - ¡En tu nombre! - gritó el Pastor y tiró un petardo encendido al lado del cuerpo de Roberto García. Una explosión tremenda nos sacudió a todos. Nadie entendía nada. Entró una ambulancia y se llevó a García. Dos patrulleros se llevaron esposado al Pastor Jiménez. El partido se suspendió.

Esa misma noche nos llevaron a declarar a la comisaría. Antes de retirarme, pregunté cómo estaba García. Me respondieron que había perdido la audición de forma completa. Yo no lo podía creer. Por eso el Pastor había dicho la frase esa de no entenderéis. -Mirá vos que hijo de puta- pensé.

Y cuando estaba por retirarme, sentí curiosidad por saber qué había declarado Jiménez. Le tiré unos mangos al cana y me enseño el texto. En el papel, leí: "Ustedes no entienden, hijos míos. Fue hacer el mal para que le vaya bien. Él nunca amó el fútbol. Él siempre añoró dibujar. Y las cosas se hacen con amor, o no se hacen. Háganme el favor, ustedes, y dentro de unos meses, vengan a mi celda y díganme qué es de la vida de García. Y allí en ese preciso instante, entenderán lo que ahora de oído escuchan, pero no entienden"

Tres meses más tarde fui a visitar al Pastor a su celda. Lo encontré dando una misa a los presos. No me dejó preguntar. De uno de sus bolsillos, sacó una carta y me la mostró. Era del Sordo García. Y decía: "Querido Pastor. Mi primera sensación fue de odio, de tristeza. Pero usted me ha liberado de una mochila que me ha pesado toda mi vida. Mis oídos ya no escuchan el fútbol, pero mi corazón se estalla en cada trazo que ahora plasmo sobre el papel. Le escribo desde París, en una muestra de arte, y desde aquí le doy las gracias por enseñarme a no tratar de entender ni escuchar tanto las cosas, sino a hacerlas con el corazón, algo que nunca nadie nos podrá quitar. Saludos, y que disponga usted de buena salud".