Hay un top cinco de las cosas más incómodas que puede experimentar un ser humano. Daré la lista en orden descendente, y es la siguiente: 

5 )Soportar la tanda de baile de un casamiento.

4) Bailar el vals.

3) Cagar en casa ajena.

2) El primer pedo que se te escapa delante de tu pareja.

1) Que te pidan "Una que sepamos todos".


Ustedes se preguntarán, ¿Cómo puede ocupar el primer puesto "Una que sepamos todos" antes de tirarte el primer sordo delante de tu novio o de tu novia? Yo les aseguro que sí. Siempre tuve la sensación de que saber tocar la guitarra, es un castigo.

El que sabe tocar la guitarra tiene que soportar frases comunes como : "Vos seguro te las levantás a todas" o "Con la guitarrita sola no se llega a nada" o como "¿Vas a traer la guitarra para navidad? Pero sin lugar a dudas, la frase más incómoda que puede escuchar un hombre o una mujer, que toca la guitarra es "Tocate una que sepamos todos".

Y ojo, porque no le pasa a los músicos, solamente le sucede a los aficionados. A los que ratoneamos un profesor y hemos aprendido los acordes con alguna revista vieja de papá o mamá, esas de Canta Rock, o revista Pelo, que te muestran donde van los dedos. Más adelante llegó internet y nos facilitó un poco este curro de rasguear.

Pero como les contaba, a los músicos profesionales no les pasa. Porque los músicos trabajan de eso, están todo el día dale y que te dale a la guitarrita. Entonces nadie se atreve, en una reunión familiar a pedirle un tema porque tienen miedo de que los mande a la mierda,  o acaso, ¿Alguien le pide a otro alguien que siga trabajando en una reunión? justamente porque la música es trabajo. Yo no me imagino a la familia de Charly García pidiéndole una que sepamos todos. Y a los que cantan, menos. No me imaginé nunca en su momento a la suegra de Mercedes Sosa al grito de -Dale Negra, cantate una zamba-

Pero a los aficionados sí nos pasa. Simplemente por eso, por ser aficionados. Entonces llegan esas reuniones familiares que después de las once de la noche se desbordan, comienzan a haber peleas por política, que a uno le gusta Menem, que a otro lo salvó Néstor, que Macri lo salvó a Boca o que Alfonsín y la democracia. Y en eso aparece la figura de mamá.

Mamá es una persona que, ante todo, prefiere la paz. No porque sea la madre María. Sino porque tiene los ovarios llenos, dicho vulgarmente. Nuestras mamás, las de los que nacimos inclusive la década del 90, son madres que generalmente se encargan de hacer los sanguchitos, decorar la mesa, hacer o pedir la torta, no olvidarse la velita, y rechazar cualquier intento de solidaridad en la cocina. Andá a tocarle la cocina a mi vieja en una reunión familiar. Hacé de cuenta que le tocás los huevos a un toro. Esto viene, ya lo sé, de una historia muy machista, pero no estoy diciendo que esté bien, estoy describiendo la verdad de lo que sucede en estas ocasiones.

Entonces, mi vieja, con los ovarios estallados, encuentra la paz al pedido de -Bajá la guitarra, Luquitas- automáticamente, como una energía extra planetaria que domina la mente de los invitados, las cabezas de los allí reunidos giran y me miran fijamente. Yo tengo ganas de decirle que no, que ni en pedo, que hace 20 años que vengo cantando Presente de Vox Dei, La Balsa de Los Gatos, Luna Tucumana de los Chalchaleros y Tengo el corazón contento de Palito Ortega. Pero es mi vieja, y a la vieja se le cumple. El pedido de una madre no es un pedido, es un decreto y no te queda otra que cumplirlo. El que no le cumple un pedido a su vieja, cometerá un pecado capital, dice una ley apócrifa de Moisés. Algunos dicen que es el onceavo mandamiento, pero que no le quedó piedra para escribirlo.

Entonces bajo la guitarra, me hago el que la afino y el público me mira como si fuese la primera función. Miro a algún recién nacido y por lo menos encuentro algo de frescura, alguien que no haya escuchado Música ligera de Soda Stereo. La primera voz hiriente que se oye, es la de una tía -Tocate una que sepamos todos- y ahí, con esa solicitud, los huevos se me hacen dos vagones.

Automáticamente pienso qué tocar. Observo el panorama. A mi tía le gusta Palito Ortega, a mi tío, Sandro, a mis abuelos, música italiana, a mi otro tío, jazz, a mi viejo, rock, a mi vieja, folclore, a mi hermana, la Jessica, Luciano Pereyra. Y así no se puede hermano, si tendría esa habilidad de tocar todo eso estaría en un crucero tomándome un gin tónic. Pero estoy acá, tratando de digerir los diez sanguchitos de miga y cinco fosforitos que me clavé hace menos de un hora. 

Y en esto hay que ser vivo, defensivo. Se elige un tema, ya cantado, y se termina. Dos a lo sumo. Otra vez sonará La Balsa de Los Gatos, presente de Vox Dei o Luna Tucumana, otra vez mis abuelos se quedarán sin su canción en italiano. Otra vez me aplaudirán. Otra vez la incomodidad habrá pasado. Mi vieja obtendrá su momento de paz hasta que se haga tarde y los reunidos se empiecen a ir.

Guardaré la guitarra, me quedaré un rato más con mis viejos, tomaré un café, comeré algún pedazo de torta que sobró y el final de la noche me alcanzará. A veces pienso que a mis familiares no le gusta lo que canto, lo piden como una especie de rutina que no quieren que llegue a su fin. Como un intento desesperado a que las cosas no cambien. 

Pero las cosas cambian. Algunas sillas se encuentran vacías, y surgen las historias de aquellos que se sentaron en algún momento, y que compartieron los mismos temas que nosotros. Es una rueda que no para. Al fin y al cabo, uno extraña esa cosas cuando no las tiene más.

Por eso, queridísimos colegas, cuando les pidan que se toquen una que sepan todos, hagan el esfuerzo y acepten el pedido. Aunque sea lo más incómodo del mundo, al fin y al cabo, la familia es la familia.