No es joda que Independiente juegue entre semana. Te la salva. Incluso, me la juego un poco más, a muchos los saca de una rutina mortífera, depresiva, agónica. Y el Rojo está ahí, y juega entre semana y vos encontrás la excusa perfecta para llegar al viernes. Arrastrándote, pero llegando al fin y al cabo.

Me pasó algo raro cuando el Rojo alzó las manos al cielo de Mar del Plata antes de enfrentar a Villa Mitre. Me acordé de cuando era chico y me imaginaba siendo jugador. Supongo, que les ha pasado a todos ustedes también. Y como todos, sentía la necesidad de estar siempre con una camiseta de Independiente puesta. La que había, no importaba si era original, o si mamá o papá no llegaban con la plata suficiente, y me regalaban una copia. Era de Independiente, de todos modos.

Jugaba por las tardes en la calle, con la del Rojo puesta. Y me resistía a las embestidas de mi vieja al grito de "Lucas por favor, andá a bañarte y sacate esa remera". Primero que no era remera, era camiseta, y además era del Rojo. Yo quería que a la mañana, a la tarde y a la noche todos supieran que yo era de Independiente. Sentía que mi viejo se sentiría orgulloso, que mi abuelo también, perdiendo o ganando, pero el pibe siempre llevaba la roja con orgullo y la vista al frente. Una suerte de; Yo soy del Rojo, miren, el Rey de América. Ni para empezar a hablar tienen todos ustedes.

Quizás era, en ese momento, un poco engreído. Sobre todo porque el Rojo no ganaba demasiado. Pero no importaba. Toda la información que mi abuelo me había contado y que estaba en los libros bastaba para tirar abajo cualquier intento de gaste.

Cuando íbamos de vacaciones a la costa, que casi siempre íbamos a Mar del Tuyú, no podía salir a caminar y mirar vidrieras sin la camiseta de Independiente. Y cuando me cruzaba a alguien más con el mismo color y sentimiento, mis ojos se iluminaban y con la mente le decía "Sos uno de los míos. Somos de Independiente, y estaremos siempre acá, en Mar del Tuyú. en Avellaneda o en la Quiaca, pero siempre haciéndole conocer al mundo que ahí está el Rojo. Una suerte de orgullo de rebaño.

De grande me pasa lo mismo. Yo creo que a todos los futboleros les gustaría ir a trabajar con la de su equipo, salir con su pareja con la de su cuadro, jugar con la de su cuadro, vivir así. Yo sé que es imposible, pero bueno.

Pero hay algo que nos queda, que no es imposible. Y me di cuenta hoy, en el minuto de silencio. Un minuto de silencio a un hombre que significó gloria y sentido de pertenencia en la historia del Rojo. Ahí me di cuenta de que, los deseos que tenemos cuando somos chicos, son idénticos a los que tenemos cuando somos grandes. Él, el Mencho, lo logró. Y quien pudiera hacer lo que hizo. Ganar una Intercontinental, cuatro Libertadores, un Metropolitano, tres Interamericanas, pero por sobre todas las cosas, morir con la camiseta de Independiente puesta.

Con respeto, a toda la familia del Mencho y a él. Hasta siempre Balbuena, este triunfo es para vos. Es algo mínimo, a todo lo que le diste al club. Pero vos más que nadie sabe lo felices que somos cuando decimos "Ganó Independiente".