Primera parte: Quizás porqué.


No sé porqué , pero cuando viajo, automáticamente mi mirada se fija en el cielo. Quizás sea un acto reflejo ante la necesidad de escaparse del desorden que compartimos con el mundo. Pero esta vez intenté darle una vuelta de rosca a este pensamiento que sale impune ante otras prioridades del momento. 

Sentado en el avión, una vez realizado el despegue, mis ojos se fundieron en la eternidad del cielo celeste. Allí encontré, quizás, la primera falsa descripción de un cielo azul que no existe. Este cielo es celeste, y ese celeste se irá coloreando de naranja cuando el sol decida mancharlo un poco hasta ir gradualmente apagándolo, en una noche interminablemente oscura.

Mi mirada en ese océano de aire inmediatamente notó la falta de actores secundarios que hacen, siempre o casi siempre, un momento más lindo aún. Los pájaros. En aquel momento en el qué decidí mirar hacía la pequeña ventanilla de mi lado izquierdo, no había ninguno. 

Fue eso lo que me hizo inclinar hacia esta reflexión: Quizás miremos el cielo para aproximarnos a la sensación de volar y sentir la libertad. Pero esa libertad siempre será temporal. Los pájaros son libres mientras vuelan, pero en algún momento tienen que descansar y en el descenso, acechan los peligros del mundo, que son los mismos que nos atacan a nosotros cuando despertamos de ese sueño que por algunos minutos nos hizo sentir inmortales. 

Y como a los pájaros, a mí también me ganó el cansancio generado por la incertidumbre de un nuevo destino y entonces, decidí descansar, o al menos intentarlo. Fueron dos o tres segundos. El hombre que estaba sentado a mi lado sacó un libro de tapa blanca. No decidí leer el título, lo hice por impulso y decía "Tiempo y espacio". Un libro es el único lugar en donde la soledad acompaña. Aquel individuo, de unos 50  años de edad, robusto, con mandíbulas bien pronunciadas, lentes de ver sobre su cara y pelo oscuro, advirtió de mi interés por el texto. Primero se presentó. Era argentino y se llamaba Jorge. 

Inmediatamente Jorge se interesó por mi nombre y el motivo de mi viaje. Yo le informé cómo me llamaba y le afirmé que la razón de mi embarque hacia Barcelona era la búsqueda de un nuevo destino laboral. Por un segundo me di cuenta de que aquel razonamiento sobre no vivir en otros lugares del mundo por mi inagotable angustia y apego a mi seres queridos, había sido tirado a la basura. De los sentimientos más odiosos, el peor es tener que inclinarse por la necesidad y no por el deseo. 

Él sostuvo que su viaje no tenía motivo. Simplemente, era ir. Que la planificación había sido un estilo de vida que había quedado en el olvido. Que los tres amores que había perdido, fueron la base de una construcción para una nueva forma de pensar en lo que viene, y luego, avanzó con la lectura.

Algo no me había encajado. Desconfié de aquel hombre por primera vez. Ser desconfiado es un sentimiento miserable, salvo con quienes dicen haber salidos ilesos de un desamor. Sin embargo, admiro la valentía de las personas que van sin saber a donde ni porqué. Entonces decidí preguntarle acerca a de aquel texto que este sujeto poseía en sus manos. 


Segunda parte: De sol a sol.


No fue una grata pregunta de mi parte. Con los años uno se da cuenta que preguntar de qué se trata un libro es como preguntarle a otro de qué se trata la vida. Es algo cobarde, porque hay que arriesgarse a leer y también hay que arriesgarse a vivir. Pero igualmente le consulté sobre ese texto que se titulaba "Tiempo y espacio". 

Jorge hizo un breve resumen, aunque considerablemente bueno. La obra trataba sobre un personaje llamado "Lionel", quien fue descubriendo cómo a lo largo de su vida, los libros lo fueron guiando para tomar decisiones en momentos importantes. El concepto de lectura era tratar de entender esas casualidades que terminan siendo necesarias para modificar el rumbo de nuestras vidas. 

El autor enfatizaba el hecho de que hay una infinidad de sucesos que nos van guiando de acuerdo a dónde está enfocada nuestra búsqueda, solo hace falta saber apreciarlos. Digamos que cuando uno se enoja porque las cosas que quiere no suceden, en realidad es el viento que nos está susurrando al oído que el camino es en otra dirección. Pero generalmente es más fácil escucharnos a nosotros mismos que tratar de escuchar al viento. 

El sol ya se había puesto sobre aquel cielo nulo de aves. Jorge y yo éramos dos hombres solitarios rumbo a Barcelona y con un libro de por medio. No había dudas de que, tanto él como yo, queríamos saber más de cada uno. Pero él tenía más elementos que alimentaban mi curiosidad. Así que rápidamente me permití preguntarle en qué se veía reflejado con aquel libro.

Jorge me miró esperanzado. Con esa mirada que fue inevitable. Las miradas inevitables son las que están pidiendo permiso para ser escuchadas. Con mucho gusto accedió a contestar. Jorge me dijo, con mucha firmeza, "Que él cambiaría todas las mujeres con las que se divirtió, por una sola, de la cual se enamoró y el viento lo forzó a cambiar el rumbo. Pero él no estaba enojado con el viento, sino con el tiempo y el espacio perfecto, que nunca habían llegado".

Me contó de sus tres amores que no fueron. La primera mujer se llamaba Micaela. La conoció por medio de un amigo. Y aunque el final no fue lo que esperó, él se conformó con que había sido el bautismo de fuego pero sobre todo su primer aprendizaje. Y que había aprendido de Micaela, a entender lo que no quiere de sí mismo. 

Su segundo amor fue Agustina. Jorge la había conocido en el ámbito laboral. Y con una cierta mueca de sonrisa me dijo que ella le había enseñado que no hay nada más antinatural que querer controlarlo todo. Y sobre todas las cosas, se dio cuenta que cuando el sentimiento conlleva la desconfianza y la obsesión, no es amor, es control.

Finalmente, Jorge me indicó que su último gran amor había sido una chica llamada Candela. A la cual había conocido en un bar. Allí entendió que la vida nos puede crear las mejores condiciones para acertar pero el libre albedrío nos pertenece, tanto como la duda. Y él dudó. Y después de eso aprendió. Aprendió a que hay que jugársela. También me dijo que de todos los aprendizajes, hay una cosa que no se aprende nunca. Y por suerte, es a perder la esperanza. 


Tercera parte: Todos los ríos van al mar.


Dormimos durante el resto del viaje. Pero hubo tiempo para una conversación aún más profunda. Yo quería saber qué opinaba Jorge sobre el amor. Y me lo dijo. Para Jorge, el amor y estar enamorados, no era lo mismo. Él sostuvo: "Estar enamorados es la máxima aproximación que puede tener un humano para con el amor. Pero no sabemos ni entendemos qué es el amor puro, por eso aún nadie lo pudo definir. Es imposible poner en palabras lo desconocido. 

También me contó de su obsesión. Y desarrolló: "No tengo la obsesión por enamorarme, sino que es lo único que nos saca del tiempo y el espacio. Es más bien una obsesión por sentirse libre, fuera de uno mismo siendo con otro".

Arribamos, finalmente, a Barcelona. Nos despedimos sin desearnos suerte, más bien deseándonos que el viento nos cuente la verdad. Pero antes, Jorge me regaló el libro. Yo pedí un taxi y le ordené al chofer que me llevara directamente a Calella de Palafrugell, el lugar que había escogido para ver el mar Mediterráneo. 

Llegamos. Pagué y bajé con mi valija, arrastrándola nostálgicamente alegre en la arena. Por primera vez veía aquel mar, manso, afligido, como todas las cosas que sufren la mano del hombre pero con algún resto de noble sabiduría y grata bienvenida. Quedarse a ver el mar es la cosa más compleja de todas las cosas simples que se pueden hacer. 

El lugar me había recibido. Y yo encararía un nuevo estilo de vida, lejos de los míos. Inmediatamente quise saber el porqué de aquel tiempo y espacio que me hallaban en otro país. Por supuesto, cuando uno quiere saber porqué, tiene que consultarle a un libro.

Entonces tomé el libro, me corrí el barbijo para respirar el aire del lugar y pregunté por qué. Abrí una hoja al azar. Aquella página, que fue sacudida por el viento mediterráneo, citaba en su primera línea: 

"Siempre pensé que encontraría el amor en el tiempo y el espacio perfecto. Pero luego me di cuenta que no se puede hallar lo divino en lo tangible. Quizás, tengamos que apreciar el sentido de la vida en toda esta invisibilidad".

Y me quedé allí, en silencio. Mirando el mar.