Daniel Guerra para muchos fue un loco. Pero antes de convertirse, para esos muchos, en un loco, fue un ornitólogo y además, un ornitólogo que amó al fútbol, o mejor dicho, la libertad que expresa el fútbol. Su dedicado estudio sobre estos bichos que vuelan se basó en una cuestión básica, casi obvia; Él sostenía que la libertad solo le pertenece a las aves y que al resto de las criaturas, solo les queda la tecnología o la imaginación.


Daniel llegó a la Universidad Nacional de Quilmes en el año 2010. Se encontró con un contexto totalmente desfavorable. Un campo de deportes a medio hacer, y sobre todas las cosas, un plantel lleno de viejos mañosos que eran más lúcidos jugando a los naipes que pasándose la pelota.


En aquel mes de febrero comenzó una travesía inolvidable. Desembarcó al primer entrenamiento en su auto, con la indumentaria de la Universidad, un silbato colgando de su cuello y una pizarra. Se presentó ante los treinta y pico de hombres que ya habíamos arrancado a juzgarlo. Él nos anticipó a todos. Anticipó todos los apodos que nosotros ya habíamos imaginado; El pájaro loco, el buitre, el halcón, el chajá y cualquier otra pelotudez. "Me pueden decir como se les cante el culo, pero yo decido quien juega y quien no en este equipo, ¿Quedó claro?" fueron las últimas palabras de aquella charla en la que nos dimos cuenta que había caído un tipo que, como los pájaros, sabía de nuestra libertad a la hora de manejarnos y que esta vez, no sería así. Porque inmediatamente nos dimos cuenta que en esta oportunidad, había llegado un entrenador con el objetivo de dominar la bandada.


Fueron dos meses de pretemporada. A Daniel le gustaban los equipos que salían jugando por abajo, que tentaban al rival con la presión al cinco así los volantes exteriores podían jugar con libertad. Los pelotazos estaban prohibidos, salvo alguna que otra jugada en donde lo ameritaba. Físicamente, volábamos, nos sentíamos dueños de nuestros cuerpos y capaces de realizar cualquier tipo de maniobra que exigiera cierta destreza. Sin embargo, aquel primer año, en el torneo, nos bajaron de un plomazo. Anteúltimos en una liga de 11 universidades.


Muchos de los muchachos que formaron aquel grupo, hasta el día de hoy, cuentan la misma historia. Aquel último sábado en el que caímos derrotados por 5 a 0, supuestamente, Daniel fue directamente a la oficina del Director de Deportes de la Universidad a presentar la renuncia. Él seguiría con el estudio de las aves y dejaría por completo el fútbol, al verse truncado en la posibilidad de transmitir esa libertad en un campo de juego. 


Sin embargo, el Director le sugirió que lo piense una semana más. Que vaya a su nido y lo converse con la almohada. Daniel aceptó aunque por dentro la decisión ya estaba tomada. Era cuestión de dejar pasar una semana para volver a comunicarle que no seguiría en la institución. Agarró el auto, y se fue al lugar al cual y en el cual él siempre dijo que pensaba mejor; Una cancha de fútbol.


Como en todos los entrenamientos, pero en este caso de noche, el Loco Guerra tomó una pelota, se sentó sobre ella, y se quedó inmóvil en la mitad de la cancha, mirando las estrellas y pensando qué pensar. Fueron algo de 5 o 6 minutos. De un sobresalto, Daniel se arrojó al suelo, tratando de proteger su calvicie con ambas manos. Cayó al césped. Desde arriba, aproximándose a toda velocidad, un tero se lanzaba como un avión caza con el objetivo de alejar al entrenador de su territorio. 


Según el mito que se cuenta, o lo que cuenta aquel seguridad que estaba haciendo guardia en la garita, aquella noche, sucedió algo extraordinario. Daniel se repuso de su caída. Puso la pelota debajo de su pie zurdo. Los brazos en jarra, respiró profundo, y fijó la mirada en el tero salvaje que volaba con furia. Fue un duelo mental, en el que ambos se batían por un supuesto territorio. Era el campo del tero, o la cancha de Daniel.


A 3 metros de llegar al objetivo, el ave salvaje aterrizó a los pies del recordado entrenador y este, devolviéndole el gesto de negociación, se inclinó ante el bicharraco. Allí, repito, según este guardia del que también se sospecha, porque le entraba a la petaca de noche, nació el pacto y el inicio de la leyenda del gran Pérez Kuper.


Pérez Kuper era nuestro wing izquierdo, dotado de una velocidad extraordinaria, pero, como el ave, era limitado para comunicarse con claridad. Entonces acudía a gestos o señales. Por eso, así fue bautizado el tero aquella noche; Pérez Kuper.


Al martes siguiente, mientras todos esperábamos la renuncia, vimos venir caminando al Loco Daniel. Pero no estaba solo, como nos tenía acostumbrado. A su lado, desfilando elegante, un tero lo acompañaba como vigilando el territorio. Nadie lo podía creer. Primero pensamos que lo había adiestrado, en su condición de ornitólogo, o que quizás el tero, al ser un animal inteligente, y territorial, ya se había acostumbrado a la presencia, como un perro, o algo así.


Daniel juntó al grupo. Guardó sus cosas en los bolsillos y nos dijo; "Vayan a descansar, cuídense en la semana, no entrenaremos más. Solo la parte física, y lo harán con el preparador dos veces a la semana. A mí me encontrarán los sábados, a la hora del partido" . La pregunta unánime fue qué haríamos de la táctica, de la estrategia, de las pelotas paradas, del marcaje, del ataque. Pero Daniel fue contundente. Se puso serio, y nos fulminó: "Haremos lo que haga el tero" . Nos reímos mucho. Muy fuerte. Era una frase que ameritaba la falta de respeto, el insulto o cualquier otra muestra de desprecio. Y de hecho, lo hicimos. Antes de irse nos dijo: "El Tero está día y noche en una cancha de fútbol. Sabe quien entra y quien sale. Qué animal invade y cuál no. Cómo crece el césped y cómo lo cortan. Quienes son titulares y quienes son suplentes. Ustedes al mediodía, terminan de entrenar. El Tero se queda a dormir acá, cría a su familia acá, y muere acá. Si alguien conoce mejor este terreno que el Tero que me lo diga, y jugaremos como él quiera que juguemos". Y se fue, soberbio, pero fantasiosamente seguro de lo que hacía.


Nosotros aceptamos jugar el partido por la anécdota. Porque juramos que nunca jamás pasaríamos por una situación tan espectacular. La charla técnica del partido fue corta y clara: Jugaríamos por los lugares que indicaría el ave. Es decir, mientras muchos entrenadores tenían drones que señalaban los espacios libres, nosotros teníamos un tero, que en su vuelo, señalaba desde el cielo, la vía por la cual tenía que circular la pelota para encontrar los espacios libres que nosotros desde la tierra, no observábamos. Ahora que lo pienso, algo de lógica tenía. Era como un drone, pero vivo y con plumas.


Aquel partido fue duro. 1 a 1 faltando 5 minutos. La performance de Pérez Kuper, el tero, había sido buena. Entre risas, fuimos completando unos lindos 90 minutos después de muchos encuentros sin jugar bien. Pero como decía, faltando 5 minutos para la finalización del encuentro, la ya querida ave, de la que los rivales no se habían percatado, tiró una diagonal aérea perfecta que nos indicaba que el 9 se había desmarcado. Allí fue el pelotazo, y el triunfo del equipo.


Lo festejamos mucho. Habíamos desplegado un fútbol hermoso y el presagio del tero se había hecho realidad. Ustedes pensarán que esto que les estoy contando es ficción, yo solamente le digo que pregunten por Daniel Guerra y qué Universidad dirigió. Yo estoy tratando de decirles que a veces, las cosas que pensamos que no existen, sí existen, y las mal llamamos milagros. Pues no son milagros, son destellos de un error de lo finito, que nos permite ver por unos instantes, el infinito que, justamente, no cabe en lo finito.


9 fechas. 8 triunfos. En cada partido, al finalizar la jornada, el ave se iba caminando al lado de Daniel Guerra y se subía al asiento del acompañante. Muchos decían que en el estéreo iban escuchando una playlist de sonidos de tero, pero esos son dichos de los cuales nunca pude conseguir testigos que lo confirmen. 


La fecha 10 era contra la Universidad de Hurlingham. Si ganábamos, éramos campeones, después de 5 años. El equipo titular ya lo sabíamos: Gabi; el Agustín, Porras, Valero, el otro Gabi; Juancito, Yo, Felipe, Santi; Valentín y el otro wing, Carlos Pérez Kuper, de quien salió el apodo para el tero. Fue un partido durísimo. Ellos eran mejores tanto física como futbolísticamente. Un 0 a 0 milagroso porque habíamos sufrido demasiado. Pero lo que más nos atemorizaba, era que Pérez Kuper, el tero, no había podido encontrar ningún vuelo de libertad para marcar jugadas decisivas. Y al final, nos enteraríamos el porqué de aquella cuestión.


Rendidos ante la posibilidad de llegar a los penales, nos metimos atrás como nunca lo habíamos hecho en el campeonato. En un tiro libre del rival, Gabi, el arquero, descuelga una pelota y sale rápido con Pérez Kuper para que la guarde contra un rincón y se termine el partido. El wing cobija la pelota bajo la suela y mientras espera el pitido final, siente un viento en su mejilla derecha que lo hace mirar hacia arriba. Como un ángel caído del cielo, el otro Pérez Kuper, el tero, volaba elegante y feroz en diagonal al área rival como un avión que dibuja nubes en los cielos para que los niños se asombren con locura. Y con locura, Valentín había picado hacia ese lugar que estaba por señalar el tero. Pero antes que termine esa marcación, sucedió lo inesperado. Un hombre con una camiseta del ascenso se paró estrepitosamente sobre la línea de cal, desenvolvió una gomera de su bolsillo derecho, colocó un piedra, y de un gomerazo, hizo caer al ángel que nos estaba llevando a conocer la gloria.


Lo vimos caer como uno ve las gotas de lluvia en un vidrio en invierno. En cámara lenta, los ojos del tero fueron todos nuestros ojos, que desesperados, fuimos corriendo para atender al ave que con un orgullo y una valentía incalculable, derramaba su sangre en una cancha y por un equipo de fútbol. El partido se suspendió. A Daniel se lo llevó la policía por agarrarse a trompadas con el tipo de camiseta del ascenso que tiró el gomerazo. 


Llevamos el ave a una veterinaria pero el impacto fue muy fuerte y su pequeño cuerpo no resistió. Aquel plantel, cada 29 de abril se reúne en conmemoración de aquel héroe que nos enseñó a jugar mejor al fútbol y a querer más a los animales. Daniel se retiró del fútbol, siguió con el estudio de las aves y publicó un libro que se titula: "Vivir es jugar como un tero".


Una lápida luce en la entrada del campo de deportes, y cita: "En conmemoración del ave más futbolera de todas. Pérez Kuper", en recuerdo de nuestro amigo tero. Cada partido que pasa, lo extrañamos más. Pero por dentro, aunque nadie lo diga, sabemos muy bien, que en cada pase, en cada gol y en cada partido que juegue la Universidad Nacional de Quilmes, siempre, por los siempres de los siempres, habrá un tero sobrevolando el área, para llevarnos a la gloria que él ya conoce.





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