Este es un mes especial para todos. Me tomo el atrevimiento de decir que más para mí, porque (Respiro, aguanto las lágrimas y suelto) mi papá falleció hace un mes y sí, es el primer mundial sin mi viejo, con todo lo que eso conlleva en cada uno de sus significados. Además, se retira de los escenarios el Nano, al menos en Argentina y eso, poética y culturalmente remueve los cimientos de la memoria colectiva de a los que alguna vez, el trovador Catalán, nos hizo repensar la vida.


Y para mí, como para muchos de ustedes, repensar la vida, es también repensar el fútbol. Para nosotros, los argentinos, y generalizo, el fútbol es una herramienta para bordar la vida entre muchas muertes. Generalmente los mundiales nos agarran de la misma manera; con crisis económicas, sociales, y con la esperanza de darle una patada en el culo al destino a través de once camisetas celestes y blancas, y una pelota. Y no lo veo mal, porque cuando uno anda con la muerte bordada en la boca, cualquier situación que tenga el premio de  un abrazo o una mueca de sonrisa, es una gran oportunidad para seguir aferrándonos a la vida.


Y la vida nos pone una vez más acá. Ahora en Qatar, levantados a las 7 de la mañana, tomando mate con la ilusión al hombro, con el extraño calor que asoma cada vez más, y con una aguja y un hilo para intentar desbordar la muerte, y bordar la vida. Porque hay dos cosas a la que no podemos escapar. Todos somos hijos de la vida y de la muerte, aunque lo neguemos, no nos queda otra que vivir y morir, y en el medio, tratar de ser felices. Es como jugar un partido sabiendo que solo hay tres finales, el empate, la derrota, y la victoria, y durante todo eso, tenés que tratar de disfrutar pateando la pelota. Y en ese tratar de ser felices, uno de los motivos, es el fútbol, nuestro fútbol. Nuestra selección.


Me paro al televisor y me aferro al recuerdo de mi viejo, porque uno vive por lo que vendrá pero también con y por el recuerdo de los que se fueron. Entonces, nos aferramos,  como Argentina se aferró a ese penal que cayó del cielo y se convirtió en una victoria pasajera. Porque después, como en la vida, el fútbol nos da lecciones. Volvimos una vez más a tener la chance de aprender que este deporte evolucionó, que muchos lugares del mundo juegan y muy bien a la pelota, que los partidos hay que jugarlos, y que nadie es mejor que nadie hasta que se termina el partido.


Argentina cayó en su debut. El día nos costó a todos. Se hizo mucho más pesado. El empate entre los mexicanos y los polacos es otra oportunidad más a la cual aferrarse. Porque la vida es eso, oportunidades repentinas a las cual nos debemos aferrar para ir sorteando olas durísimas naturales del destino, naturales de la materia, naturales de la carne, que un día es joven, pero otro día envejece y muere. 


Pero aún no nos toca a nosotros. Aún debemos seguir creyendo, aún debemos seguir con el hilo y la aguja en la mano en busca de nuevas oportunidades para bordar la vida, mejor, más nueva y más linda. Por eso siempre pensé que con el fútbol, uno puede explicar la existencia. Porque como en el fútbol, en la vida no queda más que arremangarse, lavar las heridas, y volverlo a intentar. 


Quizás la felicidad no sea el éxito, sino el camino recorrido que nos nutre de experiencias y herramientas para afrontar la generalidad de las cosas, que casi siempre son dificultades, y muy de vez en cuando, la gloria. Pero uno, en su condición de humano, se sabe caprichoso por conseguir lo que más nos cuesta. Por eso, el próximo sábado, vamos a estar ahí, con ese hilo y esa aguja para volver a intentar bordar la vida.