-Profe, ¿Cuántos abrazos hay por día? - le preguntó una chiquilina a mi hermana Jessica, profesora de inglés en un colegio de Bernal, a la hora de salida del colegio. Mi hermana no pudo contestarle, no le salió. Quizás porque la figura del abrazo, ahora, luego de haber perdido a su padre, mi papá también, le resulta algo contrastante, o quizás porque los adultos no estamos tan capacitados como los chicos para ver realmente lo valedero del mundo.

Según la RAE, abrazarse es estrechar entre los brazos. Una definición tan fría y cruda, vacía de sentimientos como el colegiado que no paraba de amonestar jugadores y adicionar minutos para que el rival naranja nos quite tanta ilusión acumulada.

Pero la RAE, otra vez se equivoca, porque lo que nunca jamás entenderán los diccionarios, ni las reglas ni las normas, es que las palabras no son solo palabras, y las acciones no son solo acciones, sobre todo cuando detrás de esas palabras y esas acciones, hay un corazón que vive, que habla, que grita, que brota.

Por eso también lloró mi hermana cuando Lautaro Martínez metió el penal que nos depositó en la semis del mundial. No solo por el recuerdo de un papá futbolero, y todos los abrazos que nos dimos con él. Sino porque ahora también, el fútbol le dio una respuesta más, a ella y a la nena. Porque la próxima vez que la vea, le dirá que el mundo vive tan equivocado, que cada vez hay menos abrazos pero que aquel viernes, fue la excepción. Porque cuando el ex delantero de La Academia hizo el gol, de repente, hubo 45 millones de personas, de todas las clases, de todas las costumbres e ideologías, que tuvieron algo en común; se abrazaron.

Mi hermana sabe muy bien que aquella pregunta de su alumna, fue una pregunta de un rol cambiado, sabe bien que muchas veces los chicos son maestros de los grandes. Y yo, al verla llorar, supe muy bien que al fútbol le debo demasiado. Y lo supe mientras me abrazaba con la más chica de mis hermanas, que estudia medicina y supone ser fría como la mentalidad de estos jugadores. Pero se había metido el fútbol en el medio, y no tuvimos más remedio que curar la angustia de los recuerdos, el sufrimiento de los penales y la injusticia, con un abrazo entre mis hermanas mi vieja y yo, para mirar el cielo y caernos entre lágrimas vencidos, pero victoriosos, y con la fuerza necesaria para seguir torciéndole la mano a los destinos que generalmente nos ponen pruebas durísimas, como la vida misma, o como esta nueva Holanda que tanto nos costó.

Pero seguimos. Mi vieja, mis hermanas y yo seguimos. Los 45 millones seguimos. Estamos llenos de ilusión. Esa ilusión que te permite abrazar y ser abrazado, respirar, y seguir adelante, en busca de nuevos abrazos para seguir venciendo a los días de la vida.