-¿Eres tu como Hillel, el sabio? estos griegos aseguran que eres mucho más-

-Amigo, no soy como Hillel. Soy la esperanza, la que ahora hace falta-

-Sí, tienes razón. Pero dime, ¿Cómo puedo recuperarla?-

-La esperanza, amigo mío, siempre está contigo, ahora duerme, pero algún día despertará-


Ese diálogo tranquilamente pudo haberse dado entre Messi y cualquier jugador del plantel, cualquier hincha, cualquier persona. Pero no sucedió. Ese diálogo es de un libro que seguramente ni Messi ni el resto del plantel leyó, pero no por no haber leído las cosas uno no tiene relación con las mismas. Porque ese diálogo, tranquilamente, es lo que configuró la previa de esta semifinal. Y lo que quizás, dibuje la previa de la final. Porque ante todo, seguimos teniendo esperanza.

Miles de angustias, miles de llantos, miles de sonrisas, miles de deseos, miles de sueños, miles de gritos, miles de enojos, miles de perdones, miles de gracias, miles de lazos, miles de recuerdos, miles de futuros. Ellos lo sabían. Aunque no lo quisieran, ni lo tendrían que cargar, ellos, los once jugadores que ocuparon sus puestos antes de que el juez pite el inicio del partido, esos once hombres, tuvieron muy en claro que cargaban con esos miles de miles. Pero no solamente con esos miles. Sino con algo más. Sus propios miles, sus deseos, sus llantos, sus esfuerzos, sus sueños, sus proyectos, sus sonrisas, sus enojos, sus camisetas, sus esperanzas. 

Y uno debería preguntarse - ¿Cómo y por qué un futbolista carga con tantas cosas? -  ¿Debería? -  quizás no, pero ¿Quién soy yo para plantear un debate moral? y no me gusta hablar de moral cuando las falsas morales andan dando vuelta. Simplemente sucede así. El fútbol bombea tanto amor al corazón, que se lleva todo puesto. Entonces el juez pitó el comienzo de la ilusión y estos once tipos vestidos de celeste y blanco cargaron con esos miles, pero como digo, sobre todo, con su esperanza.

Pero ojo, cargar con la esperanza aliviana todo lo demás. Porque la esperanza te hace desear, te hace luchar, te permite vivir, te permite seguir. La esperanza no es más que la chispa que enciende el fuego que da el calor. Ese fuego que sintió Enzo para darse cuenta en un milisegundo que la defensa de los croatas estaba mal parada. Entonces, ¡Tac! Fernández la pone entre los centrales y Julián Álvarez se entrega de cuerpo y alma y el arquero de ellos lo "faulea". Y es penal. ¿Y quién va? la esperanza más grande que tenemos hace 16 años. Va y le rompe el arco con la misma fuerza de esperanza que tiene ese tipo, el 10, de que las cosas vuelvan a su lugar. Entonces Argentina se pone 1 a 0 arriba y los miles pesan menos, se van desvaneciendo, o se van curando, o van sanando. Van riendo.

Aunque no queda ahí. Porque la esperanza galopa. Como va galopando Julián Álvarez, con pelota dominada al pie. Julián va. No sé realmente si lo ve a Molina cruzar como un rayo. No sé si ve bien que tiene que correr 50 metros más. No sé si sabe que tipos de más de 1.80 lo van a querer cruzar. No sé si se da cuenta. De lo que estoy seguro es que lo único que quiere es terminar con pelota adentro del arco rival. Esa es su esperanza. Y es más fuerte que el desgaste de los músculos, es más alta que los defensores de ellos, es más rápida que el viento, y tiene más suerte porque sigue en los rebotes, y finalmente, empuja la número 5 al fondo de la red. Y se ríe con la sonrisa que da el fútbol, que da la vida, y que da el fruto del esfuerzo. Y entonces, estamos 2 a 0.

Y para coronar, para cerrar un partido que tranquilamente puede ser un diálogo de un libro perdido por ahí, un tipo de 35 años la recibe contra la raya. Lo marca un pibe que es, quizás, el mejor defensor de esta competencia. Pero no va a poder contra el de 35. No, no podrá. ¿Saben por qué? porque este tipo, que lleva la 10, tiene algo mucho más grande que los músculos, la máscara y la altura del croata. Este tipo tiene la esperanza de, por fin, ser campeón del mundo con el país que tanto ama, y esa esperanza se multiplica por 45 millones de mismas esperanzas. Entonces le demuestra al mundo que la magia existe, que la edad es un número en el calendario mientras que la pasión siga encendida con el mismo caudal de fuego, y le pinta ilusiones ópticas en el suelo de Qatar y, en menos de 4 segundos, se le escapó. Nadie sabe pero se le escapó como se nos escapa el alma hacia la eternidad cada vez que este tipo pisa la pelota con la zurda. Se escapa y se la tira a Julián que sella el resultado. 3 a 0, y a otra final del mundo.

El resto ya se sabe. O mejor dicho, lo estamos sabiendo, o mejor dicho, lo estamos sintiendo, viviendo. El domingo jugamos una vez más, la final del Mundial. Nadie sabe qué puede pasar, por eso, este deporte es tan lindo. Pero tenemos esperanza, que no es ni más ni menos que la chispa que enciende el motor para vivir la vida de la forma más feliz que podamos. Y a eso vamos, a ser felices. Y aunque nos puedan faltar muchas cosas, si tenemos esperanza, si confiamos en ella, lo tenemos todo.