Un sábado tirado por ahí, merodeando entre el frío y el calor, con un sol medio vago que como un espectador más, observa cómo Independiente y Tigre juegan una fecha más del campeonato argentino, a las 15.30 para ganarle a la siesta.
Esa siesta que se hecha la defensa de Tigre a los 4 minutos y que aprovecha el Vallejo, que de zurda, la clava en el ángulo para que todo un estadio se sacuda la modorra y grite el primer gol de Independiente, en una tarde que se transformaría en un recuerdo imborrable.
¿Por qué imborrable? dirán ustedes, si es un partido más, con un Rojo que intenta salir del fondo. Justamente por eso. Porque a Independiente le cuesta absolutamente todo, y no basta con la actualidad, que golpea todos los días, sino que también lucha con agentes exteriores que todos los días intentan boicotear el amor que el hincha pone día a día por el club, y nos quieren vandalizar. Aunque no lo logran. Ni lo van a lograr.
Tigre lo empató más tarde y el primer tiempo se fue en tablas con un punto de interrogación enorme. Pero en el complemento cambió la historia. Dos hombres cambiaron la historia. No fue ningún jugador de la cancha. Fueron dos personas que estaban mirando el partido en la platea. Un nene, y su abuelo. Ellos dos, juraron y se recontra juraron que no se irían de la cancha de Independiente sin darse un abrazo de gol. Porque los abrazos se tienen que dar siempre, a toda hora, porque la vida a veces te sorprende y a veces te sacude, y nunca sabés del todo cuando ese abrazo será el último. Por eso, las ganas de ese abuelo y ese nene contagiaron a los once que vestían de Rojo.
E Independiente fue. Y primero le anularon el gol a cuero, y después se perdió un gol Cazares, y después Giménez no pudo con el arco vacío y también, Báez, se encontró con el arquero rival. La tarde se dormía, el sol ya se había ido a dormir. Todos, absolutamente todos nos estábamos resignando a otra tarde otoñal fría sin sentido. Menos ellos dos. Porque la esperanza es lo único que se pierde. Y si tenés esperanza, lo tenés todo.
Entonces Ortíz le mete un bochazo largo a Giménez Rojas, que se frena, mete el pase al medio, y Cauteruccio la puntea para que millones de personas se vuelvan locas, griten como si fuese el último grito de su vida. Y es gol, y es de Independiente. La cancha se vuelve una locura, el VAR lo revisa como último recurso para robarnos la sonrisa, pero la fuerza de ese abuelo y de ese nene, la fuerza de ese amor, es más fuerte que cualquier contra, porque además, este club se forjó con los contras, este club es una enseñanza constante de forjar la gloria ante la saña constante, por eso lo épico de nuestra gloria. Finalmente es gol.
Terminó el partido. El sol ya no está. Pero en la platea, ese nene y ese abuelo se funden en una abrazo de amor que da más calor que cualquier sol. Ese abrazo entre alguien que vio toda la historia de este club y otro que tiene un puñado de partidos. Pero la pasión es la misma. Ese amor que encuentra unión en un partido de fútbol, en once tipos que corren una pelota y que hace que los corazones se prendan fuego y que los ojos se llenen de lágrimas.
Ese abrazo fue, y quedará para siempre, y al menos hoy, en este sábado que tiene otro color, no será el último. Porque mientras haya pasión, haya amor y juegue Independiente, sobrarán emociones, sobrarán ilusiones y sobrarán abrazos.
Así que llamá a tu amigo del Rojo, a tu viejo,a tu vieja, a tu amiga, a tu novia o a quien sea, y decile que te abrace un rato, que hoy, ganó Independiente.
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