Una cuestión de domingos

 



No todos los domingos son iguales. No es lo mismo Domingo Cavallo que Juan Domingo Perón, ni tampoco lo fueron Domingo Blanco ni Nicolás Domingo. Todos los domingos son diferentes. Uno puede coincidir en que, generalmente, los domingos de invierno son melancólicos, tristes, quizás sí. Pero aún así, estaría generalizando. Simplemente basta con ponerse a pensar en que, cada día que pasa, cada nuevo sol, trae sus cosas, sus problemas y sus diferencias.

Partiendo de esa base, siendo domingo, con una temperatura agradable y con la ilusión a cuestas, recibimos a Independiente de local con ganas de verlo derrotar a Huracán. Marcone saluda a los cuatros a costados y a continuación, sucedió lo de toda la tarde. Nada. Sí, nada. Y créanme, que acá vamos a volver a discutir. Algunos tienen la idea de que, no hay mejor domingo que en el que no se hace absolutamente nada. Yo puedo estar, en parte, de acuerdo con esta afirmación, pero si aquel que no hace nada, es Independiente, y en un partido de fútbol, el domingo se trasforma automáticamente en el peor domingo de todos los domingos.

Y así lo estaba siendo. Hasta que Cauteruccio se estiró con el último tendón estirado y bien elongado que le resta en el final de su carrera y la pellizcó para sacarnos la modorra a todos y festejar el gol nuestro, el gol del Rojo. 1 a 0 arriba nosotros y a volver a siestar. 

El partido fue eso. Los dos equipos jugaron más que mal. La gente festejó la victoria debido a la importancia y paz que nos traen estos tres puntos. Pocas cosas de nuestro juego quedaron claras hoy. Lo que sí quedó bien claro, es que no todos los domingos son iguales, que puede haber domingos tristes, algunos melancólicos, otros aburridos. Pero sobre todas las cosas, los mejores domingos de estas y todas las vidas, son aquellos en los cuales Independiente gana de local y ante toda su gente, que ni este ni ningún domingo de los que vendrán, lo dejará de amar tanto como uno ama una siesta de domingo. 

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