Ladran, Sancho

 



Nos levantamos, y nos ladran. Almorzamos, y nos ladran.  Merendamos, y nos ladran. Cenamos, y siguen ladrando. Estamos en la miseria, y se toman el atrevimiento de tratar de amedrentarnos. ¿Por qué, amigo? ¿Por qué?.

Aquel diálogo entre una persona desconocida y otra, que entre ellos no eran desconocidos, tuvo lugar el sábado en el cual Independiente iba al bosque para romper un maleficio tenebroso. Primero, alejarse de los puestos de descenso. Y segundo, romper tantos años de sequía en ese lugar de La Plata. En el mientras, una decenas de personajes de mierda tratando de que aparezca una niebla en el bosque para que el Diablo no meta la cola. 

Pero el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo. Entonces, en la fresca tarde del sur, salió vestido de blanco. Para que no lo vean, para que se confundan y ladren al pedo. Brazos en alto a los cuatro puntos cardinales y el partido en marcha. Atrás había quedado esa charla entre dos amigos que hablaban de ladridos y miseria. En el mientras tanto de mi pensamiento, mientras los mierdas trataban de que los de azul la metan en el arco de Rey, Canelo aguantó una pelota, descargó para Isla que con el revés del pie le hizo saber a la gente de Avellaneda que él sabe jugar a esto. Y salió gritando el 1 a 0 parcial, bien tempranito.

El desarrollo del partido se basó en una clase de Giménez, un Independiente dispuesto a dejar hasta los dientes y un Gimnasia que no pudo ni siquiera con la ayuda de los que se visten de luto y los que por plata salen a decir cualquier pelotudés con el micrófono abierto. 

En una de las últimas, Giménez bailó la más maravillosa danza que uno puede bailar jugando al fútbol y nos enseñó a todos que la vida es mejor cuando uno apunta a los palos. Hizo el segundo y nos dibujó una sonrisa que opacó a un fin de semana nublado y con lluvia. Independiente ganó. Cuando el partido terminó, bajé a comprar unas facturas. En la fila de la panadería, un abuelo y su viejo perro. Él, el hombre, lo mira al firuláis y le dice; nos ladran, Sancho, señal de que cabalgamos. Qué se yo, tanto él como el perro estaban repletos de felicidad, en una de esas, ambos eran de Independiente, porque al igual que el Rojo, les estaban ladrando por verlos contentos. Yo compré la docena de facturas y me volví al departamento tranquilo, para tomar un mate amargo, y sentarme a ver como varios se mueren ladrando, como  a Sancho, mientras Independiente va, a capa y espada, pero va. 


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