Jueves. La semana todavía no se termina. La inflación que se acaba de anunciar está por las nubes. Los alquileres estallan en precios, los alimentos también, la calle es un caos, el trabajo te agota y, encima, a la noche, Independiente, tu Independiente, se juega una final contra Huracán. Una más.
Estás agotadísimo. No querés ni pensar en lo que se viene. Pero lo que se viene, llega. Y en un pestaneo, Independiente salé entre humo rojo y saluda a los cuatro puntos cardinales en la noche de Avellaneda que se huele tensa, aguerrida, con las cejas fruncidas. A cara de perro.
La presión se va a 350. Una multitud de gente a un paso de dejar este mundo alienta al equipo desde todo el país para sacarlo adelante. El partido es contra Huracán y contra todos los que el día anterior coquetearon con un Rojo a 3 puntos del descenso. Pero tranquilo, o tranquila, que todo va a estar bien. Porque mientras la hinchada grita que siempre te seguiré, Mancuello patea de derecha, flojo, a las manos del arquero de ellos que seguramente la agarrará. Pero algo en el medio pasa. Como esa moneda que cae del lado que vos elegiste y te guiña un ojo para que puedas seguir viviendo. Como si Dios te acariciara la cabeza cuando te estás por rendir. Y de repente, al de ellos se le escurre entre los guantes y de frente, con la esperanza de millones camisetas de Independiente, Canelo la empuja y con él, salimos a gritar todos el gol de los nuestros. 1 a 0 arriba.
La tensión no afloja. La tensión nunca afloja cuando lo que está en juego tiene amor, pasión, historia, familia. Y cuando Isla corre, todos corremos con él, y cuando el capitán, al que le late el corazón como a nosotros, traba, todos nos tiramos de cabeza con él. Y cuando Mancuello deja hasta la última gota de sudor en el campo de juego, también estamos para rompernos las palmas aplaudiendo a uno de los pocos que eligió volver en uno de los momentos más críticos.
Por eso también lo silban al zurdo de ello que lleva la 28. Porque lo que sale de la boca no vuelve a entrar jamás. Y la gente de Independiente tiene bien en claro, que solo debe aplaudir aquello que salga del corazón.
Terminó el partido. La noche del jueves vuelve a tener ese aroma encantador. Los jugadores saltan y festejan en la mitad de la cancha de cara a la gente porque han ganado una final. La gente siempre acompaña y ahora está feliz. Se ríe, se va de la cancha cantando. Aunque sea por un momento, ya no duelen los precios, la injusticia, la pobreza, el país ni lo roto que estamos. Seguirá doliendo más adelante. Ahora, en este jueves que ya es viernes, no. Por eso, pibe o piba, andá a tu casa, sacate las zapatillas, abrite un vino, salí al balcón o a la calle, respirá, cree en vos mismo y entendé, que como contrapunto de todos los problemas, no hay solución y momento más lindo que cuando te das cuenta que estás vivo y que todo va a estar bien. Porque por sobre todas las cosas, vos sos hincha de Independiente. Y hoy, tu equipo volvió a ganar, cosa que nos hace estallar el corazón y mandar a la mierda, aunque sea por unos días, los problemas de los días de la vida.
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