Olor a Independiente

 



Una vez, mi viejo me dijo que, cuando quiera regresar a algún lugar en el cual fui feliz o me gustó mucho, que cierre los ojos y trate de apreciar esos olores que hacían de ese sitio, algo distinto. También me dijo que él lo sabía hacer y que de vez en cuando, servía para palear algún que otro día triste, o conflictivo.

Los olores son esos sellos que la memoria también almacena. Como los perros que cuando reconocen a los dueños con su olfato, estallan en alegría y nos llenan de amor. Así también sucede con nosotros. Y así también sucedió esta noche, en la que ni bien pisamos Avellaneda, nos dimos cuenta que había olor a Independiente.

El olor a Independiente no es cualquier olor. El olor a Independiente es olor a nuestros viejos, a nuestros tíos, tías, hermanos, hermanas, amigos, novias y novios, a nuestros abuelos, a toda nuestra familia, a esa casa y esa mesa que nos albergaba mientras nos moríamos de los nervios viendo un partido del Rojo en alguna tele antigua. Independiente es olor a ir al colegio el día posterior a una noche de copa. Independiente es ese olor a un amor interminable que nos saca una sonrisa. 

Por eso, cuando el Rojo salió al campo de juego y saludó hacia los cuatro costados entre fuegos artificiales y humo del mismo color, muchos de nosotros, por un instante, cerramos un poquito los ojos y pudimos sentir ese aroma. Y cuando los abrimos, en el arco de la vieja visera, entre el humo que se iba disipando, lentamente, iba apareciendo el escudo eterno, que lleva nuestras siglas, y que toda la noche estuvo vigilando que ese miércoles, efectivamente tenga olor a Independiente.

Y efectivamente fue así. El olor a Independiente apareció en cada pase, en cada gol, en cada abrazo, en cada festejo, en cada gambeta, en cada quite, en casa sonrisa. Porque el olor a Independiente, es olor a disfrutar y sobre todo, a disfrutar de ver a un equipo jugar bien a la pelota. Por eso ese perfume nos inundó cuando Giménez la clavó de cabeza contra un palo, por eso nos rompimos las palmas aplaudiendo a Saltita cuando metió ese zurdazo, y por eso se nos dibujó una sonrisa de oreja a oreja cuando el Chaco la terminó empujando a la red.

Independiente ganó y sigue peleando arriba. Este miércoles abrumador, que nos pesaba un poco, nos terminó pesando muchísimo menos cuando, mientras nos íbamos del estadio, custodiados por el cartel que cita "Una vida de grandeza", nos dimos cuenta que, el olor a Independiente no es un aroma que solo aparece en los días de partido, sino que es un olor que llevamos siempre, y a todos lados, porque dentro de ese olor, hay una historia de vida, hay códigos, secretos, misterios, personas y recuerdos que son íntimos, que son nuestros, que nos forjaron como persona y que no revelamos nunca. Claro, salvo cuando esos once de Rojo salen al campo de juego y levantan los brazos. Ahí, en el medio de esa eternidad, es cuando nuestra alma queda al desnudo y el olor a Independiente nos desborda y todas esas cosas que llevamos ahí adentro, donde todo late, estallan de amor y nos hacen imparables, como el mismo Independiente, cuando se pone a tocar la pelota.

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