Mi vecina Adelina, que fue como mi abuela, siempre repetía la misma frase: "El hombre propone y Dios dispone, Luquitas". La vieja hacía el estofado, lo probaba y me decía: "El hombre propone, y Dios dispone". Y así sucesivamente aunque el contexto no fuera acorde a la escucha de esas palabras. Pero Ade lo decía. Como que ella necesitaba soltar esa frase al viento para que otros puedan aprender.

A mi me fastidiaba un poco. Yo no creía mucho en eso de que si yo propongo algo y Dios no lo quiere disponer, no se me iba a dar. Me parecía absurdo. Sobre todo porque cuando somos chicos y caprichosos, y de grandes también, uno quiere que las cosas salgan en el tiempo y forma de como las planea. 

Jamás entendí esas palabras de la vieja hasta que fui grande y tuve amigos. Y tuve un amigo, sobre todas las cosas. Ese amigo se llama Agustín. Al Agus lo conocí jugando al fútbol en un viernes lluvioso. A mí me habían invitado otras personas y dentro de los que íbamos a jugar, estaba este tal Agustín.

El tiempo y la vida hicieron que nos encontráramos en el mismo momento y las cosas empezaron a fluir. Agustín era un enfermo del fútbol. Dos años después de que lo conocí, él decidió dejar de jugar a la pelota y hacer el curso de entrenador. Pero abandonar totalmente el intento de la práctica deportiva. La personalidad sobre calculadora en el campo de juego nunca le permitió ser feliz ni con la bocha ni con una persona.

Agustín, o el Pela, como lo llamaba, sabía todo. Él me contaba que en un córner en contra ni siquiera se esforzaba en sacarla porque veía cómo la defensa se paraba y qué porcentaje de gol existía en esa jugada. Que en los tiros libres a favor, depende de cómo se paraba el ejecutante y la carrera que hacía, predestinaba el destino de la pelota. Que notaba cuando un equipo se venía abajo física y moralmente, que sabía de ante mano si el partido se perdía o se ganaba, solamente observando a los rivales.

Siempre dije que el Pela se pasó de rosca con la observación. Lo mismo hacía cuando íbamos a bailar. Se pasaba horas observando a las personas y podía realizar una lectura extraordinaria de ellas. Que el gordo que estaba solo sufría de depresión e iba a escabiar whisky para no hacer cualquier locura, que el barman no se animaba a declarar su amor por el dueño del boliche, que la rubia hermosa de la esquina tenía mil quinientas inseguridades propias y tomaba una postura física para no exponerlas, que generalmente las personas que van a un bar a bailar no actúan de igual manera en la vida cotidiana , pero que uno también tiene que crear otro personaje y caretearla un poco, porque si viviéramos en un completo estado de autenticidad, nos volveríamos locos, porque el sistema del mundo, no es auténtico.

Así hacía con todo. A mí me fascinaba escucharlo. Era realmente un aprendizaje. En cada partido, en cada chica que se le presentaba, en cada situación de la vida, Agustín hacía un análisis previo, tan minucioso, que le borraba el sentido a lo que pasaba. Ya está, él había descubierto lo que pasaba, qué sentido tenía lo que la chica le iba a decir, qué sentido tenía jugar ese partido, qué sentido tenía ese problema personal si la verdad de la milanesa ya estaba al desnudo. 

Por eso jamás lo vi disfrutar. Y eso siempre me entristeció. Pero de todas formas él me decía que no me lo tomara a mal, que él había nacido con esto, y su función era hacerlo al pie de la letra. Para mí era como un clarividente sin clarividencia. O algo así.

Pero cuando a uno le dicen que no se haga problema, uno va y se lo hace. Uno tiende, en determinadas ocasiones, a ir por el lado contrario del consejo. Quizás sea un poco de ego y un poco del placer de experimentar por cuenta propia los desencuentros, el pasar por situaciones de las cuales nos advirtieron, pero el haber pasado al fin y al cabo y cargar esa experiencia en el currículum para no volverla a transitar. 

Entonces me juré y me recontra juré a mí mismo que iba a tomar dos caminos. O lo invitaría a algún campeonato para que de una vez por todas sienta la adrenalina que siento yo por la incertidumbre del fútbol, o saldríamos todos los fines de semana a un bar diferente a ver si en una de esas, Dios se tomaba el tiempo para disponer del amor. Pero como el Pela trabajaba muy duro en la semana, la alternativa que quedaba era salir, y despejar la mente como excusa. 

Y así fue. Fueron 18 meses saliendo por distintos bares de zona sur y Capital Federal. Absolutamente todos los fines de semana. Sin embargo, nada se disponía a suceder. Ocurría siempre lo mismo. Él, el Agus, hacía todos los análisis exactos de lo que sucedía en cada noche, en cada bar, en cada vino, en cada whisky. En junio, el último mes, opté por desistir. El esfuerzo ya se había hecho y comprendí que la función que tenía enterrada el Agus en la mente no podía ser eliminada. Era un chip para toda la vida.

Aquel último fin de semana de junio fuimos a un bar en Quilmes, como una suerte de despedida. Las noches finales son horribles. Generalmente son tristes, aburridas, generalmente llueve, generalmente uno anda sin plata porque es fin de mes y generalmente es un día que trae desgracias propias de la energía que uno le pone.

Entonces, cuando le dije de irnos, el Agus me frenó. Lo vi levantarse. En sus ojos, siempre la misma lectura. Ahora, el análisis y el cálculo caían sobre una chica que tenía un tatuaje de el ojo que todo lo ve, en uno de sus tobillos. Agustín la encaró directamente y le dijo -Vos sos bruja-

-Sí-, respondió la chica. Pero lo dejó solo, y se fue al baño. Al Pela no le interesaba más que haber acertado en la predicción. Pero antes de volver, otra mujer lo tocó en el hombro, y esta vez, le preguntó la hora. Agustín le dijo que eran las 4 de la mañana, a lo que la chica respondió que era temprano pero tenía ganas de irse. Automáticamente el Pela se vio tentado de hacer otro análisis. Lo hizo, pero esta vez, increíblemente falló. Era la primera vez que lo veía a fallar. Él le dijo que ella se quería ir porque no había tenido ganar de salir pero que su compañera la obligó. Pero no, la chica, que se llamaba Florencia, le respondió que se había separado esa misma noche, y que salió por gusto propio, pero que ya no aguantaba los zapatos y que por eso tenía ganas de irse.

Me llené de esperanzas ante el fallo de Agustín. Era la primera vez que disfrutaba de verlo equivocarse. Por fin Dios había dispuesto de una buena noche. Uno tiene que disfrutar de equivocarse. Disfrutar de equivocarse es disfrutar por partida doble. Es disfrutar el aprendizaje que conlleva el error para después disfrutar el acierto.

Durante los meses que le sucedieron, Agustín salió mucho tiempo con esta chica aunque luego volvió a estar solo. Él me dijo una vez, sentados, tomando un café en Bernal, que lamentaba no habérsela jugado en el momento, pero que su obsesión por calcular estaba por encima de todo, y mientras sea así, el amor no podía entrar en él. Simplemente porque el amor no se calcula, se da. 

Esa tarde la vimos de lejos a esta chica, caminando por la vereda opuesta. La izquierda. Agustín volvió a predestinar que ella nos había visto pero que cruzó para no generar incomodidad. Para mí, la piba solamente iba caminando por esa vereda y no nos vio. Pero el Pela, casi amenazándome, me dijo -Yo fallé una vez, pero en algún momento vas a confirmar que ella cruzó de vereda-.

Meses más tarde me llamaron al celular y un policía me dijo que un tal Agustín me requería en la comisaría. El Pela había caído en cana. Fui desesperado a verlo, no sabía qué había pasado, cómo mi amigo había terminado así. En la comisaría, un rati me contó que este amigo mío había pisado a una tal Florencia con el auto, en una esquina del barrio de Bernal. Que la chica se estaba recuperando del accidente, y que como había sido accidental, mi amigo iba a salir ya que tampoco hubo denuncia por parte de la accidentada.

Cuando llegué, casi llorando, traté de tranquilizar a mi amigo, pero él me frenó al grito de -Te dije, cabezón. Te dije. ¿Sabés por dónde iba cuando la pisé sin querer? Por la mano derecha cabezón, por la mano derecha. Te dije que en algún momento te lo iba a confirmar-

Lo miré mal. No podía creer que ante semejante hecho, a este tipo solamente le importaba que su predicción había sido correcta. Y con toda la mala intención del mundo le pregunté - Si tanto pensaste ¿Cómo puede ser que no llegaste a pisar el freno?-

Él, con resignación, me miró a los ojos y me contestó -No pude hacer lo que nadie sabe hacer; Calcular el amor. Cuando la vi, me di cuenta que sigo enamorado, pero eso sucedió antes de pensar en el freno. Uno no puede pensar en amar y en frenar a la vez. O ama o frena. Y bueno, un error de cálculo, cabezón, un error de cálculo-